PRÓLOGO

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En cuanto cierro los ojos, me asaltan los recuerdos y regreso a cuando todo empezó.

Varias hojas vuelan al interior de la librería cuando entra él. Va vestido con una chaqueta vaquera arremangada y un suéter blanco debajo. Es la tercera vez que viene desde que empecé a trabajar aquí hace dos semanas. Se llama Sam Obayashi y vamos juntos a Lengua. Me he pasado el turno mirando por la ventana y preguntándome si vendrá. No sé por qué, todavía no nos hemos dicho nada. Él se dedica a echar un vistazo por la tienda mientras yo atiendo a los clientes o repongo estanterías. No sé si lo hace porque busca algo en particular o si simplemente le gustan las librerías. O tal vez venga a verme a mí.

Muevo un libro de la estantería preguntándome si sabe cómo me llamo y, entonces, pillo el brillo de sus ojos marrones a través del hueco, mirándome desde el otro lado. Nos quedamos callados durante demasiado rato. A continuación, él sonríe y, justo cuando creo que está a punto de decirme algo, lo oculto de mi vista colocando el libro. Agarro el contenedor que tengo al lado y me dirijo a la trastienda deprisa. ¿Qué me pasa? ¿Por qué no le he sonreído ni nada? Tras amonestarme a mí misma por arruinar el momento, me armo de valor para salir y presentarme, pero cuando vuelvo a la parte de fuera, veo que ya se ha ido.

En el mostrador encuentro algo que no estaba ahí antes: una flor de cerezo hecha de papel. Le doy la vuelta entre mis dedos y admiro los pliegues.

¿Sam lo ha dejado aquí?

Puede que, si me doy prisa, lo alcance. Sin embargo, en cuanto salgo por la puerta, la calle desaparece y me veo a mí misma entrando en una cafetería ruidosa en la esquina de Third Street casi dos semanas más tarde.

Hay mesas redondas sobre un suelo de madera alrededor de las cuales se congregan adolescentes sacándose fotos y bebiendo de tazas de cerámica. Llevo un suéter gris algo holgado, así como el pelo recogido y bien peinado. Oigo la voz de Sam antes de verlo al otro lado de la barra atendiendo a un cliente. Lleva el pelo cortado a capas. Tal vez sea cosa del delantal, pero tras la barra se me antoja más alto. Me dirijo a una mesa en la otra punta de la cafetería y dejo las cosas encima. Me tomo mi tiempo sacando cuadernos para envalentonarme y acercarme a él, aunque solo sea para pedir algo de beber. Pero, cuando alzo la vista de la mesa, lo encuentro a mi lado con una taza humeante en la mano.

—Eh... —Me sobresalto al verlo a mi lado—. Esto no es mío.

—Lo sé, fue lo que pediste la última vez —responde Sam, dejándolo sobre la mesa de todas formas—. Un latte con sirope de lavanda ¿verdad?

Miro la taza, la barra a rebosar y después otra vez a él.

—¿Te pago aquí mismo?

Él se ríe.

—No, este corre a cargo de la casa, no te preocupes.

—Ah.

Y nos quedamos callados. «¡Di algo, Julie!».

—Te puedo preparar otra cosa, si no.

—No, está bien... Es decir, gracias.

—De nada —responde Sam con una sonrisa. Se mete las manos en los bolsillos del delantal y añade—: Te llamas Julie, ¿no? —Y señala la chapa con su nombre—. Yo soy Sam.

—Sí, vamos a la misma clase de Lengua.

—Cierto. ¿Has terminado las lecturas ya?

—Todavía no.

—Vale. —Lanza un suspiro—. Yo tampoco.

Volvemos a quedarnos en silencio y él sigue allí. Huele levemente a canela. No sabemos qué decir. Yo paseo la mirada por la cafetería.

Has llamado a Sam *primeros capítulos* (¡YA EN LIBRERÍAS!)Wo Geschichten leben. Entdecke jetzt