Capítulo 2

639 55 7
                                    

-BUENOS días, Anahí.

Se quedó paralizada junto a la puerta de la cocina mientras Alfonso se acercaba a ella después de cerrar suavemente la puerta del restaurante.

-¿Qué quieres? -le preguntó mirándolo con anhelo, aunque su razón repudiaba el estremecimiento que le había recorrido todo el cuerpo.

-Comer, si no es mucho pedir. Creía que esto era un restaurante abierto al público- replicó con un sarcasmo mordaz. Anahí enrojeció mientras le hacía tomar asiento en una mesa. Su porte era lento y relajado.

-¿Por qué has venido? – le preguntó en un susurro, de pie junto a él.

-He venido a comer- le dijo lentamente, con una paciencia exagerada-.

¿Recuerdas que hago las mismas cosas que un hombre normal?

Afortunadamente, John estaría fuera durante otras veinticuatro horas. Tenía que librarse de Alfonso antes de que volviese.

-Sabes exactamente a lo que me refiero- le espetó-. Ayer dijimos todo lo que podía decirse...

-En absoluto -dijo con aspereza-. Y, por favor, deja de hacerte la ingenua porque los dos sabemos que no lo eres. Todavía tenemos que arreglar algunas cosas.

-Ya veo -dijo mirándolo enfadada-. Es la actitud del hombre fortachón, ¿verdad?

Saliéndote con la tuya por la fuerza...

-Apenas hace veinticuatro horas fuiste tú quien me acusó de intimidar a la gente en este mismo lugar -le interrumpió fríamente, dejando caer sus palabras como pequeños trozos de hielo en el ambiente caldeado-. Yo que tú, dejaría de insultarme, cariño. No la voy a tolerar más. Ahora, ve a por la carta y haz el trabajo por el que, imagino, te paga el dueño.

Su arrogancia la dejó sin habla y, al girarse furiosamente haciendo balancear su alta cola de caballo en todas direcciones, le oyó reír en voz baja. Se le heló la sangre. No era un sonido alegre, sino cruel. Pero había dicho que la despreciaba, entonces, ¿por qué había vuelto aquella mañana? ¿Para atormentarla? Lo miró directamente a la cara mientras colocaba en su mesa la carta escrita a mano, y los ojos negros le devolvieran la mirada con una expresión insondable. Sí, debía de ser por eso.

-Gracias.

Mientras estudiaba la carta permaneció de pie a su lado, dirigiendo la mirada a aquella cabeza inclinada con una emoción indecible que le hacía estremecerse de miedo cada vez con más frecuencia. Su cabello castaño rojizo brilló espléndidamente con vitalidad viril a la luz del sol de mayo, contrastando con sus ojos negros de gruesas pestañas casi femeninas. ¡Cuántas veces había acariciado aquella masa de pelo recio tras una noche de pasión! Había sido un amante magnífico. Sensual, erótico y con una sensibilidad tierna hacia sus sentimientos que había ido fortaleciendo el vínculo entre ellos noche tras noche. No era de extrañar que no entendiese por qué se había marchado. Si al menos no se hubiese dejado llevar por el impulso de visitar a Sandra aquel día...

AmantesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora