Déjame ver cómo tus ojos me ven

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NdA: Hola, cucurucho, ¿cómo estás? Ha pasado mucho tiempo pero yo nunca he dejado de acumular letras, una tras otra; en el proceso he terminado Psicología ;u; y he empezado dos másteres (uno de Psicología Sanitaria y otro de Psicología Deportiva). Como en una montaña rusa, he caído en picado y vuelto a subir, pero siempre he tenido claro que en algún momento pararía el ritmo para darte este capítulo. Gracias por acompañarme durante todos estos años, a esta historia le quedan solo cinco capítulos + el epílogo y los iré publicando cada tres meses (sin considerar el 3 una fecha exacta), así que espero que estés en este último arco conmigo.

Hoy es mi cumple y he querido compartirlo de alguna forma contigo (L)

PD: ¿Has leído el OS del manga? Durante la semana que viene publicaré un fic aparte, de un capítulo, sobre este.

PD2: ¿Dónde está mi quinta temporada?

PD3: Véanse Our flag means Death, no tiene desperdicio <3

Os quiero.

—Iwa-chan

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—Iwa-chan.

La voz llega desde su espalda, amortiguada por las henchidas estanterías en las cuales, dependiendo del pasillo, hay: vasos de todos los tamaños, cubertería de oropel, cajas sosas y sin color y otras estampadas en coloridas enredaderas, coleteros para el pelo y, en fin, la idea de trabajar limpiando en esa tienda le da vértigo con solo pensar en mover cada cosa de su lugar, pasar un paño y luego volverlo a colocar.

—Iwa-chaaan —esta vez lo dice con sonsonete, acercándose.

Habían recorrido cincuenta y cinco minutos desde el piso universitario de Oikawa, en Tsukuba, para hacer la compra de Navidad y, por lo que podría atestiguar el maletero de su Honda Civic, terminaron hace media hora. Lo demás ha sido vicio. Y que ahora esté dudando de si comprarles o no unos gorros rojos con pompones blancos a sus padres para Noche Buena solo refuerza su teoría. Extiende la mano para cazar la etiqueta enganchada a la punta, a unos centímetros del gancho metálico. Le da la vuelta esperando que el precio sea astronómicamente alto, o al menos lo suficiente como para que le arranque la idea de raíz. Trescientos yenes. Se muerde el interior de la mejilla, aguantándose el suspiro.

Con trescientos yenes podría comprarme diez chicles en la tienda de conveniencia.

No puede ser que realmente esté cuestionándose algo tan simple.

—Iwa-cha, Iwa-chan, Iwa-chaan —repite sin cansarse hasta que el apodo pierde su sentido y la palabra resbala por el cartílago de su oreja—. Oh, son bonitos, pilla unos cuántos más para casa —y así la duda se le disuelve en el pecho. Un terrón de azúcar que se calienta mientras dos brazos enfundados en un jersey navideño aparecen por detrás, se cuelan por el hueco de los suyos y un mentón descansa sobre su hombro derecho—. ¿Crees que Mattsum necesite urgentemente un pelador de ajos con forma de pulpo?

Chicle de NaranjaWhere stories live. Discover now