11. Dicotomía

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Estaba pensando seriamente en irse del pueblo. Victoria llevaba tres semanas visitándole cada día, varias veces de hecho. Ni siquiera le tenía que decir nada, porque con el mero hecho de aparecer, ya provocaba que las manos de Jack vibraran de tal manera, que algún que otro hachazo no iba donde tenía que ir.

—¡En una de estas voy a matar a alguien! —espetó un día cuando la vio llegar.

Ella levantó las manos en señal de inocencia, aún sin haber dicho nada. Él soltó el hacha sobre el tronco a medio cortar y resopló. Se miró las manos, ahora hormigueantes, y las cerró en puños con rabia.

—¿Qué te pasa en las manos? ¿Te duelen o algo? —le preguntó, antes de hacer un gesto de entendimiento y señalarlo—. ¿Son por donde sale la magia? —añadió con emoción.

Le lanzó una de esas miradas de odio que había practicado mucho en esos últimos días, siempre dirigidas a ella, y negó.

—No sale magia por ninguna parte, ya te lo he dicho.

Ya la tuteaba, era obvio. Pero por más que se lo decía, de tú o de usted, ella no quería creerle. No me extraña, yo se lo había dejado bastante claro y, aunque no fuera así, lo cierto era que Victoria era durilla de mollera. Spoiler: lo era y lo sigue siendo.

—Jack... —comenzó, pero él la detuvo con una mano.

—No. No quiero que me digas de nuevo que la mantita esa te ha dicho que soy capaz de devolverte a tu marido.

—Batamanta. Y no...

—¡Batloquesea! —interrumpió—. ¡Yo estaba aquí muy tranquilo pegando hachazos, y ahora ni eso puedo hacer! ¿Cuándo vas a rendirte?

Victoria frunció el ceño y se cruzó de brazos en un gesto de lo más enfurruñado.

—No me pienso rendir. Carlos era el amor de mi vida y se fue sin avisar.

—¿Tendría que haberte mandado una tarjeta?

Apretó los labios en una fina línea, tragándose un insulto que, sabía bien, no podía ayudarla en absoluto. Asintió con una seca cabezada y se dio la vuelta, volviendo por el mismo camino que había tomado para llegar.

Jack endureció la mandíbula para callar la disculpa que creía tenía que dar por haber sido así de brusco. La vio irse sin decir nada y, con un gesto de absoluta frustración, se sentó en la tierra.

—Creo que la has dejado muy contenta.

La voz de Ander le hizo levantar la cabeza, viendo como le ofrecía un pequeño termo que suponía tenía café. Lo agarró antes de que su amigo se sentara a su lado. Mantuvo su silencio como única respuesta.

—Lleva aquí... ¿cuánto? ¿Un mes? —preguntó Ander sin mirarlo.

—Menos, pero veo que a ti también se te ha hecho largo —contestó provocándole una sonrisa.

Jack le dio un sorbo a su café hirviendo, disfrutando del calor recorriéndole el cuerpo... ya sabes, ese cuerpazo, ejem... perdón.

—¿Qué quiere de ti?

—Algo que no puedo darle —contestó aparentando indiferencia.

—¿Estás seguro? —preguntó de nuevo, mirándolo al fin.

Jack continuó con su vista al frente, llevándose el termo a los labios cada poco tiempo. No le gustaba demorarlo mucho y por eso lo bebía rápido. Viéndose un tanto presionado por la mirada de su amigo, se giró hacia él y suspiró.

—Hacer lo que ella quiere es volver a un pasado que he dejado atrás.

—¿Tan malo era tu pasado que has tenido que resguardarte aquí? —Jack alzó las cejas, y Ander rio al saber lo que pensaba—. A ver, que sí, a mí me encanta este pueblo. Tengo lo que necesito, pero yo nací aquí, aquí me crié. Solo me fui fuera para estudiar, y volví a casa. Tú llegaste huyendo de algo, ¿tan malo era? —repitió.

No es otra tonta comedia rural... o sí.Where stories live. Discover now