9. Siete

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Tan fácil como seguir con su vida tal y como estaba, con sus tronquitos, su leña, su cuerpazo... Pero lo que Jack no sabía, aunque sin duda podía intuir, era que alguien iba a llegar a perturbar su tan amada paz.

Porque los tres meses siguientes a que le contara a quién había visto, y lo que podía saber sobre el artefacto, Victoria comenzó una frenética búsqueda por las redes sociales, por todo internet e, incluso, fue a buscarse unas páginas amarillas. No me preguntes el por qué, ya te he dicho más de una vez que no soy adivina, y mucho menos con esta mujer, que nunca sé por dónde me va a salir.

Toda esa búsqueda trajo consigo gran cantidad de imágenes impresas sobre los lugares que yo le describía. O parecidos, porque era, básicamente, una cantidad de árboles y de paisaje verde y rural. Desconozco la cantidad de papel y tinta que pudo llegar a usar para tal fin, hasta que un buen día, algo en mi particular rueda de reconocimiento cambió. ¿Parecían los mismos árboles que otras veces? Lo parecían. ¿Mi sensación fue distinta? Lo fue.

A ella le bastó. Fue suficiente para que se lanzara a buscar la forma más rápida de llegar allí. No había duda alguna siendo un lugar perdido de la mano de Dios, así que se dispuso a preparar una maleta para llevar en su coche.

—Pero, ¿qué se supone que estás haciendo? —le preguntó Virginia al enterarse de cuáles eran sus planes.

—Voy a buscar a Jack —le contestó como si nada.

—¿Ahora eres la tipa esa del anuncio? ¿Te vas a poner una camisa de cuero y enseñar carne también?

Victoria la miró con el ceño fruncido. Su aura, además de su expresión, me decía que no le había gustado nada lo dicho por su amiga.

—A ver, Vi —continuó hablando Virginia tratando de corregir su tono malhumorado—, que estás hablando de presentarte en un sitio que está donde Cristo perdió la gorra y ni Dios la encontró, y ponerte delante de un tío a decirle: busco a Jack.

—No voy a decirle eso —comentó con obviedad y con caras de pocos amigos.

—No, vas a decirle que tiene que encontrar un relojito para que tu marido fallecido vuelva a la vida. Casi que estoy prefiriendo la frase publicitaria, la verdad.

Le entrecerró los ojos y le dio la espalda, prosiguiendo con sus quehaceres sin contestarle nada. No le habían gustado ni su tono ni sus palabras pero no quería decir nada de lo que se pudiera arrepentir luego. Sabía que su idea no era muy ortodoxa, pero últimamente tampoco es que estuviera tomando las decisiones más razonables, lo sabía.

Virginia inspiró hondo y soltó todo el aire de golpe antes de volver a hablar.

—No quiero ser cruel, Vi, en serio. Solo... estoy preocupada. No puedo ir contigo y temo que te pase algo o que alguien te engañe —reconoció.

Victoria relajó un poco los hombros y se giró de nuevo hacia ella, esta vez mirándola sin acritud.

—Nadie me va a engañar, Virgi —le dijo regalándole una leve sonrisa—. Nadie me está engañando ahora de hecho.

—Excepto tú —añadió Virginia sin poder evitarlo, lo que la hizo reír un poco más.

—Vale, excepto yo. Pero te lo dije.

Virginia frunció el ceño confusa por no saber de lo que hablaba.

—Será Carlos quien me tenga que decir que lo deje tranquilo.

Y así fue como con una sonrisa, aunque de mala gana, Virginia tuvo que dejar que su amiga fuera en busca y captura de un hombre que, por lo que ella sabía, podría no existir. Oh, pero sí que existía, que yo lo había visto, pero su sentido común le decía que no tenía que creerme, no la culpo, la verdad. Yo, estando en su lugar, tampoco me creería.

No es otra tonta comedia rural... o sí.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora