IV

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—Llevas... mucho tiempo aquí. ¿No?

—¿A dónde más iría? —contestó sin mirarme, abocado a lo suyo.

—A buscar un piso, como una persona normal.

—No encontraría nunca algo tan espacioso como esto. Por lo demás, puedo traer aquí a quien quiera, no hay vecinos molestos quejándose por el ruido, políticas estúpidas, y lo mejor de todo... es gratis.

Arrojé un vistazo por los sombríos alrededores en ruinas. El viento se colaba por entre los viejos paneles que recubrían el recinto, el suelo estaba sucio de tierra y basura y las vigas del techo infestadas de telarañas.
Desde luego que era gratis. Un sitio completamente abandonado como aquel.

—¿Y si el dueño apareciera?

—Dudo que lo hiciera.

—¿Y si lo hiciera?

—Supongo que tocaría buscar otro lugar.

La rotunda resignación con que dijo aquello me sorprendió. Ni siquiera pareció perturbado por la posibilidad.

¿Tenía emociones aquel sujeto? Hasta el momento solo había conocido su humor sádico o su apatía. Nada como el enojo, la tristeza o alegría autentica.

—¿Cómo acabaste aquí, para empezar?

—Al igual que tú, solo que en circunstancias menos... sangrientas.

—Dudo que luego de luchar contra algún monstruo.

—No todos ellos tienen colmillos —comentó, y se dio la vuelta sobre su silla para mirarme con una inquietante sonrisa dibujada en el rostro.

Por más que lo evitaba, me detenía siempre en su cicatriz, pero nunca me atrevía a indagar demasiado en ella.

—En fin, ¿tienes algo que ofrecer por lo que pides? Desde luego... la materia prima habrás de proporcionarla tú.

—De eso no te preocupes. Tengo la plata y... bueno, la otra plata. —Hurgué dentro de la bolsa a mis pies y saqué del interior una estatuilla del metal brillante. Robada, desde luego.

Era la figura de una mujer vestida de toga, con el busto descubierto.

—Es anatomicamente precisa —comentó Nee al recibirla y apreciarla, deteniéndose por un tiempo más largo en el área del pecho y masajeando un pezón con el pulgar—. Será una pena fundirla.

—Servirá a un bien mayor.

—Sí, sí... Tus dichosos hombres lobo; yada, yada, yada...

—Licántropos. Y sí.

—Lo que sea. Estarán listas en una semana. O algo así.

—¿Pago por adelantado, o...?

—Nah, confío en ti. Eres raro, pero al menos pareces honesto.

Torcí los labios:

—Gracias. Te devuelvo dos tercios de ese cumplido.

—Es un trato, entonces.

Me eché la bolsa al hombro y me preparé para marcharme de allí.

—Una semana —repetí.

—Considéralo un aproximado. ¿Te vas tan pronto?

—¿Me olvido de algo? —Quise saber.

—Aún no es luna llena. —Metió una larga mano de dedos repletos de heridas entre el reguero de cosas de su escritorio y esta emergió sosteniendo una botella de whisky a la mitad—. Y no tengo la intención de prescindir tan pronto de nuestra amiga. —Tomó entonces la estatuilla de plata de la mujer semi desnuda y la puso de un golpe sobre la mesa, y junto a ella, la botella de licor— ¿Consentirías en acompañarnos a un trago?

Contemplé la estatua, luego a la botella, y después a los inquietanges ojos oscuros de mi anfitrión, ahora curiosamente invitadores.

—Sería descortés rechazar a una dama —le seguí el juego, y asintió con una sonrisa—. Un trago —reafirmé, y se encogió de hombros.

—Si un trago es todo lo que toleras, no te juzgaré por ello.

Retorné sobre mis pasos y dejé caer la bolsa en el mismo sitio, devolviéndole el mismo gesto retador en cuanto me senté frente a él.

—¿Eso fue un reto? Porque en tal caso, vas a necesitar otra botella.

Sus labios se curvaron hacia arriba en una media-luna.

—Correrá por tu cuenta. —Y vertió whisky en un vaso sucio y una taza sin asa—. Esta va por la casa.

Re:H (HUNTERS)Where stories live. Discover now