Las máscaras

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Se miró en el reflejo del espejo. Había despertado hace una hora, tiempo que aprovechó en ducharse, arreglarse adecuadamente y ponerse su traje convencional. Y a convencional se refería a aquella capa con hombreras plateadas que brillaba siempre a reflejo de cualquier luz externa.

-Nunca entenderé ese gusto. – habló refiriéndose a su padre y esa manía por la ausencia de color que encandilaba a cualquiera.

Ya listo, salió de la habitación siendo recibido por los súbditos que lo esperaban para escoltarlo y darle las noticias del día. De baja estatura y algo rechonchos por los trajes, no sabía si hablarles con educación y clase (como cada día de todos los días del año) o tocarles la cabeza y moverlos para ver si eran realmente insectos esponjosos.

-Príncipe. – la reverencia en forma de saludo le hacían que ocultara una mueca de gracia. – Venimos para darle las obligaciones del día.

Hollow asintió. Él no esperaba menos. No importaba que fuese un día de trabajo temporal. Un encargo. Siempre su padre haría cualquier cosa con tal de darle más tareas de aprendizaje y "aprovechar" al máximo los días. Un suspiro tenue salió de su boca y avanzó con los dos sirvientes detrás de él. El taconeo de los pasos de ellos, con los pesados de los suyos, hacían eco en todo el recorrido.

-Como sabrá, su padre pidió que usted vaya por él, en su ausencia, a una conferencia con las lideres de la aldea mantis. – movió el listado. – Supongo que usted ya estará informado de sus costumbres.

-Respeto a las lideres, los duelos se hacen afuera para cualquier tipo de confrontación; solo letal si uno de ellos ofende o no respeta las tradiciones y los acuerdos se harán si ambos tienen algún beneficio mutuo.

-Va bien encaminado, joven Hollow. – giraron a la izquierda, bajando por unas escaleras. – También después de la reunión, se le solicita que vaya con su hermana, pues ahora toca su visita semanal en el castillo.

A Hollow eso le alegró. Si algo le fuera a poner feliz los días por no recibir su merecido descanso, sería la visita de Hornet. Aun cuando fuese su media hermana, la quería como tal. Y siempre era bien recibida por él. Podría decirse que aun la trataba como una cría aunque eso le llegase a molestar, pero era inevitable.

Recordaba cuando aún era más baja. Era una pequeña demonio andante, causante de problemas y rechinar de dientes por donde pasaba. Cuando le tocaba cuidar de ella por petición de su mismo niñero (su padre no tenía tiempo para cuidarla y aún era alguien resiliente a los tratos de la Dama Blanca) él era el encargado de tratarla y convivir con ella.

Al principio fue agotador, pues ella hacia lo imposible por frustrarlo, molestarlo y sacarlo de sus cabales. Pero él la entendía. Sabía que era una etapa que tenía que pasar pues, sabiendo su propio origen, entendía la frustración disfrazada de travesuras. Quería ser atendida pero no sabía cómo, recurriendo siempre a los problemas.

Hubo un momento en que ella hizo algo que superó cualquiera de las otras cosas que hizo en el pasado. Fue algo cabalístico, impensable e increíble en varios sentidos. No sabiendo como es que una niña logró tal hazaña. Había escapado de casa desde Nido Profundo, no sabiendo su madre como fue que pasó. La vio fuera de la sala real jugando con otras arañas y al girar la vista de nuevo después de distraerse un momento, esta había desaparecido. No le tomó mucha importancia al momento, pero a las horas que sus súbditos le dijeron que la vieron a las afueras del reino con un montón de criaturas, su madre entró en pánico. Mandó un mensaje al rey para informar la situación con uno de sus mensajeros más rápidos. Cuando llegó, esperaron a que la cría estuviese en algún lado de todas las áreas vecinas de ambos hogares. Pero fue grande la sorpresa, de todos habría que decir, cuando la pequeña Hornet llegaba montada al castillo sobre un roba cuerpos y, atrás de ella, una cantidad considerable de más criaturas salvajes de Nido Profundo.

El Príncipe y la BrujaWhere stories live. Discover now