23| Acepté la ayuda de un fantasma

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«Sin tantos tatuajes parece un chico normal, nada que ver con el enfermo que amenazó con degollarme».

En las esquinas de la parte trasera los gemelos Miranda hacían señas con sus latas de cerveza, incluso en la foto se repelían como si no pudieran estar a menos de tres metros de distancia. Tenía superpuesto un papel con el año y el nombre cual grafiti.

«Void Fest, diciembre de 2014».

Una corriente de aire frío me atravesó la columna y la voz de Ezequiel surgió de algún lugar tras mi espalda.

—¿No te da vergüenza ponerte a hurgar en la privacidad ajena?

Casi hizo que escupiera el corazón por la boca. Me alejé de la foto con una extraña sensación en el estómago, y por poco choqué con el que había decidido que mi espacio personal no era tan importante.

—¿Lo dice el tipo que tiene como hobby espiar todas mis conversaciones? —contraataqué a tiempo que él se acercaba a la imagen—. ¿No te parece raro que los parias se lleven bien con la mayoría de estos muchachos?

—Los Miranda son algo... complicados. —El pelirrojo negó con la cabeza.

—Son mayores, no hay forma de que eso haya terminado bien —puntualicé.

—Y no, pero tampoco es raro que algunos adolescentes se lleven con personas más grandes, miralo al idiota mi hermano —señaló—. Él se llevaba muy bien con Jonathan la última vez que lo viste, ¿no?

Arrugué la cara.

—¿Hacía falta revivir la humillación? —gruñí, antes de que pudiera protestar me jaló fuera de la habitación.

—Sí, mucho, alguien tiene que evitar que vuelvas a cagarla. —Se pasó una mano por el pelo en señal de frustración—. Si te sirve de consuelo tu problema principal tiene nombre y apellido. —Me picó el pecho—. Jonathan Cuervo.

—Wa, gracias, eso de verdad me hace sentir mucho mejor.

—Lo digo para que andes con cuidado. —Puso una mano en mi hombro con gesto preocupado—. También te serviría aprender a defenderte.

—Ay no, no otra vez. —Me corrí, repentinamente enojado—. Yo sé defenderme, andá a hacer algo productivo y dejame en paz.

Caminé hacia las escaleras, dejándolo atrás antes de que pudiera decir otra boludez que me hiciera sentir peor. Bajé al mismo tiempo que Alanis apareció en la puerta con el sudor marcando sus fuertes músculos.

—¿Buen día? —preguntó.

«Si me quitara el aire con esos bíceps le daría las gracias».

Dejó sus cosas en la entrada y saludó alzando la barbilla con ligereza, por un instante sus ojos se nublaron cual robot, antes de volver la vista hacia mí.

—Me voy a bañar —informó, pasó de largo directo a la puerta frente a su cuarto y se detuvo para mirarme sobre su hombro—. ¿Hacés el desayuno?

Asentí ensimismado, no creí tener otra opción.

Después de haber estado un largo tiempo tratando de encontrar cosas comestibles en esa cocina gigante, me había atado el cabello y estaba sirviendo el café, cuando noté en la puerta entreabierta del baño como ella se tragaba un cúmulo de pastillas.

Mi madre también solía hacerlo, todos en esa puta ciudad.

Fingí demencia apenas la vi llegar, las puntas de su cabello goteaban. No pude evitar que mi mirada se desviara a su cuerpo musculoso vestido solo con un sostén deportivo y pantalones de cintura baja, por eso casi me cago quemando la mano.

YO NUNCA |BL|Where stories live. Discover now