Capítulo 33

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“La pequeña semilla sabía que, para crecer, necesitaba ser cubierta de tierra, enterrada en la oscuridad y luchar para alcanzar la luz.”

—Sandra Kring.

29 de diciembre...

Afortunadamente Tinny no me orina el zapato, pero Lucy camina muy rápido y yo no puedo seguirle el paso, por lo que termino barriendo el suelo con mi cuerpo.

No me lastimo mucho.

«Solo un rasponazo por aquí y otro por allá...».

Yellow me mira con los ojos abiertos de par en par.

«Así es, señora, sus perros acabarán matándome».

—¿Qué sucedió? —me pregunta, espantada—. ¿Te encuentras bien?

¡Oh, de lo mejor! Los rasponazos ni siquiera me arden.

—Todo bien —le miento—. No es nada.

—¿Necesitas que te vea un médico? Puedo acompañarte a la clínica...

Niego con la cabeza.

«No tengo dinero para pagar la consulta».

—Gracias, señora, pero no es necesario. Mejoraré. No se preocupe.

Asiente.

—De acuerdo. Puedes pasar al baño para limpiarte...

«Y aquí estoy de nuevo».

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Antes de alistarme para el trabajo, me detengo a analizar mi reflejo en el espejo.

Últimamente he notado cambios en mi aspecto físico: las ojeras se han instalado debajo de mis ojos con la intención de quedarse, y aunque intente esconderlas con maquillaje, sé que permanecen ahí. Por otro lado, me siento más cansada y adolorida que de costumbre...

Me acerco al espejo y examino mis ojos.

Cuando era pequeña, muchas personas me halagaban afirmando que su color era hermoso...

Azul verdoso, como un profundo mar en calma... —describió mi abuela—. Es precioso, Anelisse. Idéntico al de su padre...

Sin embargo, ya no veo en ellos lo mismo que veía de niña: magia, vida y esperanza.

Veía castillos de diamantes, hadas rodeadas de mariposas, princesas enamoradas, sirenas nadando de un lado a otro y unicornios pintados de verde.

Ahora solo veo un inmenso vacío, acompañado de una pizca de desilusión, dolor, miedo y tristeza.

«Mis ojos ya no observan, solo ven».

      “Piensa en cosas felices y tu corazón volará con alas para siempre.

Lo intento.

Recuerdo algunos momentos graciosos con mis padres, el día que mi abuela se disfrazó de Hada Madrina y cuando vi a Tobby por primera vez.

Una sonrisa asoma a mis labios, tan silenciosa como el beso de buenas noches de una madre; sin embargo, luego de unos segundos, se convierte en una mueca fea.

No puedo conservarla. Me cuesta sonreír con naturalidad, como hacía cuando era niña.

«Ya no hay rastro de esas carcajadas libertinas».

—«Los sueños se convierten en realidad si los deseamos lo suficiente...» —citó mi abuela.

—Peter Pan —identifiqué.

Al otro lado de la línea © (#1AOL) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora