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Caminando hacia casa después de bajar del autobús, una sonrisa ensanchó mis labios. Salem desprendía una energía diferente al resto de ciudades. Una energía que me hacía cosquillas en las plantas de mis pies. Las calles estaban vacías. No era muy común ver a los habitantes de Salem en las calles más tarde de las diez de la noche. 

Según un dicho, quien en Salem tarde duerma, una bruja su ventana acecha. 

No van mal encaminados.

Esa era otra cosa. A veces me venían pensamientos poco propios de mí. No comprendía del todo cómo funcionaba esto, pero estaba segura de que esos pensamientos pertenecían a Aradia. Al fin y al cabo ahora era parte de mí. 

Me detuve en frente de la casa vacía de Melanka unos breves segundos. Antes no podía ni dirigir más de un segundo la mirada a ella por miedo a quebrarme y volver a llorar días sin parar. Pero ahora... ahora no hay nada más que una pizca de melancolía. La echaba de menos. No podía negar aquello. 

Pero donde se encuentre ahora, estoy segura de que es mucho mejor de lo que tuvo que aguantar sobre esta tierra. Medio sonreí al escuchar el típico chirrido que la puerta de casa emitía al abrirse. 

-¿Kimberly?

Lentamente giré sobre mis talones para observar la emoción en el rostro de mi abuela.

-¿Qué haces despierta tan tarde?- elevé una ceja, echando a caminar hacia ella. 

Solté la maleta cuando la observé caminar a paso rápido hacia mí. Solté un hondo suspiro cuando tuve sus brazos envolviendo mi cuerpo. ¡Olía a galletas! ¿Acaso estaba cocinando a estas horas?

Le devolví el abrazo y le acaricié la espalda cuando sentí su cuerpo temblar contra el mío por sus sollozos. Debía de admitir que la había echado de menos. Aunque gran parte del tiempo sus palabras hacia mí eran para disciplinarme, la eché de menos igualmente. Sus manos calientes ahuecaron mis mejillas e hice una mueca cuando apretó de más.

Soltó una risa para darme un beso en la frente.

-No vuelvas a irte de esta manera, ¿me has oído?- dijo con un hilo de voz.

Asentí, ahuecando sus manos en las mías.

-Siento no haberte llamado mucho. Desconecté de todo.- me sinceré a medias y ella no hizo caso de mis palabras. Solamente seguía acariciando mi cabello y observando que todas las partes de mi cuerpo estaban intactas- Y siento no haber avisado de que volvía. A sido algo... imprevisto.

Su mirada entonces chocó con la mía y se la sostuve firmemente. Su tacto sobre mis hombros vaciló unos breves segundos, pero devolviendo la sonrisa a su rostro me dio leves empujones para entrar a casa.

-Justamente estaba terminando de sacar unas galletas de horno.- dijo en tono risueño, dejando mi maleta a un lado. 

La miré levantando una ceja y se encogió de hombros.

-A veces de tanto pensar en ti perdía el sueño. Y lo único que me quedaba para pasar el rato era cocinar.

Asentí, sintiendo su preocupación. Entrando a la cocina, solté un leve gemido al ver la gran bandeja de horno llena de galletas sobre la mesa. Me abalancé para coger una y llevarla a mi boca. Y antes de terminar de masticar ya había cogido otra. Tenía un hambre voraz. 

Sentía la mirada de mi abuela todo el rato pero yo seguía comiendo. Iba por la cuarta galleta cuando me cansé del silencio por lo que masticando aún, elevé la mirada hacia mi abuela. Ésta fruncía el ceño con una mirada confusa.

Me encogí de hombros. 

-¿Qué pasa?- dije tras tragar.

Elevó las cejas y desvió la mirada a las galletas en mis manos.

-Acabo de sacar la bandeja, Kimberly... Las galletas están muy calientes.

El aturdimiento en su voz se unió a la de mi razón. Fruncí el ceño y llevé mis dedos a la bandeja. Los retiré al instante al verificar el alto grado de calor que tenía. 

-Las galletas no queman como la bandeja- me justifiqué, a lo que mi abuela estiró su brazo para coger una galleta y soltarla al instante, haciendo una mueca.

¿Qué demonios?

No había sentido nada al cogerlas. Ni siquiera al comerlas. 

-¿Todo bien con la amiga de Melanka?- preguntó levantando una ceja.

Asentí, sacudiendo las migas de mis manos. 

-Todo a ido fenomenal. Llevo horas sin comer y obviamente el hambre a podido con mis sentidos. No montemos una montaña de algo que no tiene importancia, por favor- sonreí intentando distraerla del tema.- Voy a cambiarme y bajo.

Antes de llegar a las escaleras escuché la voz de mi abuela llamándome.

-¿Está todo bien?- preguntó, juntando sus manos enfrente de ella como cada vez que hacía cuando estaba preocupada.

Sonreí ampliamente.

-Todo está mejor que nunca, abuela. 

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