VI; La Ruleta Rusa.

Start from the beginning
                                    

Te temías la razón por la cual no contestaba a la puerta a las 20 de la tarde, pero no querías aceptarlo.

Llegaste más rápido de lo que pensabas. El androide estaba allí, esperándote frente a la puerta, como una mascota que espera a que su dueño lo saque al jardín.

Sus actitudes estaban empezando a recordarte a las de un niño.

— Connor. — Dijiste nada más llegar. El mencionado miró por encima de tu hombro.

— ¿Tiene una moto? — Sonreíste ante su pregunta con ese tono tan inocente.

— Es chula, ¿eh? Me la compré cuando me aceptaron en la academia de policía...

— Es peligroso ir en moto con esta lluvia. — Suspiraste, esperabas otra repuesta, aunque sabías que contestaría algo así.

— Bueno, entonces iré con vosotros en el coche, ¿sí? — Connor sonrió de lado ante aquel comentario. Centraste tu vista en la puerta de la casa. Supusiste que él ya había llamado a la puerta, sin éxito alguno. — Tendremos que encontrar otra manera de entrar... El patio siempre está cerrado. — Pensaste.

Connor comenzó a rodear la casa, mirando a través de las ventanas. Llegó hasta la ventana de la cocina, tú sólo lo seguías de cerca. Connor se detuvo allí, en aquella ventana.

— ¿Qué? — Preguntaste. El androide se retiró para permitirte el paso. Miraste a través de la ventana, viendo a tu tío tirado en el suelo, con la cocina hecha un completo desastre. — La madre que lo...

De nuevo. Estaba jugando a las cartas con la muerte de nuevo. Creías haberlo alejado de aquello, pero Hank era irremediable.

— Permítame. — Connor te apartó con cuidado al ver que te estabas empezando a poner nerviosa.

Rompió el cristal y se agarró de los bordes de la ventana, impulsándose hacia dentro.

Tú, reconocida por tu escasa paciencia, imitaste su acción, sin pensar un momento en que él no se habría retirado aún.

Y caíste encima suyo.

— Perdón. — Dijiste avergonzada. — No he calculado el tiempo, yo... — Antes de poder seguir con tus tontas disculpas, una silueta os interrumpió.

El San Bernardo de tu tío se acercó a vosotros nada más escuchó vuestra interrupción en la casa de su dueño.

— Mierda...

— ¡Eh... Sumo! Somos tus amigos, ¿lo ves? — Soltó el androide, dirigiéndose al perro. — Me sé tu nombre. — Sonrió con lo que parecía ser incomodidad.

En ningún momento os habíais apartado el uno del otro, seguías ahí, sentada a horcajadas encima suyo.

— Venimos a salvar a tu dueño. — Continuó. Tú no podías hablar en aquel momento.

El perro os observó y, al reconocerte, lamió tu cara en señal de cariño.

— ¡Sumo! — Te quejaste, ese perro era un baboso. Y este solo se alejó a comer.

El androide, sorprendido de que Sumo no lo hubiera atacado, levantó las cejas.

Cuando quisiste darte cuenta de vuestra situación, os estabais mirando a los ojos. Aquella escena podría ser perfecta para la portada de un libro de romanticismo, pero no era el caso, ni mucho menos el momento.

Dejaste de estar en trance, perdida en su mirada, y te levantaste de su regazo.

— Perdón. — Volviste a susurrar. Pero Connor no te respondió. Tenía su LED fallando de nuevo, mientras miraba hacia otro lado. — ¡Tió Hank!

Inestabilidad ⨾ ConnorWhere stories live. Discover now