Cuerpo sin alma.

Magsimula sa umpisa
                                    

Jacinto se dirigió a la despensa en busca de otra botella de alcohol para seguir bebiendo, volvió a la mesa donde tenía la botella que a esa altura de la mañana ya se había encargado de vaciar, y destapó la que llevaba en sus manos, tomó el vaso que sobre la mesa se encontraba y lo llenó con el licor, bebiéndolo de un solo golpe.

Al terminarlo limpió con su brazo el escaso líquido que corrió por su barbilla mientras tambaleante observaba su entorno. Ya no discernía lo que ocurría a su alrededor y fue aquí donde una descabellada idea se apoderó de su mente retorcida y alcoholizada.

Luego de vaciar un segundo y un tercer vaso con licor, se reincorporó con dificultad de la silla, y con un andar propio de un ser humano ya intoxicado por el trago, volvió a salir de la casa. Tambaleante se fue arrastrando hacia la tierra aquella silla que afuera se encontraba con el cuerpo inerte y babeante de su hijo menor.

Luego, y con mucho esfuerzo producto de su borrachera y falta de coordinación motriz a causa del grado de alcohol, arrimó un trozo de tronco frente a la silla, miró al enfermo y le dio unas palmadas en el rostro, más éste no tenía reacción alguna ante eso. Enderezó su cuerpo y comenzó a caminar de manera torpe hacia la parte posterior de la casa, desapareciendo por breves minutos.

No obstante, el infante permanecía inmóvil, su mirada chocaba con aquel tronco y aun así, seguía apagada. Su boca dejaba caer incesantemente la saliva sobre sus ropas, empapándolas aún más de lo que ya estaban, y solo un viento helado que por unos segundos corrió, hizo que su cuerpo reaccionara solo para tornar su piel de gallina y erizar sus vellos.

Los gritos y golpes provenientes desde la bodega habían cesado ya, aquellos que permanecían atrapados en su interior finalmente desistieron en continuar, pues en el fondo sabían que no lograrían nada, solo enfurecer aún más a aquel borracho. Luego de unos minutos apareció el padre nuevamente, parándose tambaleante frente al pequeño, posando aquella mirada llena de desprecio y rabia sobre un inerte niño que ni siquiera notaba su presencia.

En una mano llevaba amarrada de las patas una gallina, la cual de forma incesante movía sus alas con la intensión de librarse de su captor, mientras en la otra portaba un viejo y corroído machete. Puso sobre el tronco la gallina y elevó el machete, miró a su hijo quien yacía inerte en la silla y con voz torpe exclamó:

—¡Hoy comeremos gallina baboso!

La cabeza voló lejos después de aquel machetazo, cayendo a los pies de la silla que contenía aquel cuerpo prácticamente vegetal, sin embargo no hubo reacción alguna por parte del infante. El hombre levantó el cuerpo inerte del animal y la sangre comenzó a caer sobre el tronco ya manchado por el machetazo propinado.

En ese instante esos ojos sin vida se llenaron de luz ante esa escena, al ver caer la sangre sobre el tronco. En su retina aquellas gotas de sangre caían en cámara lenta chocando contra la superficie de este, grabando cada una de ellas, la forma que tomaban al golpear y su color tan rojizo, incluso el sonido que provocaban al golpear el tronco comenzó a escabullirse por sus oídos, quedando grabados para siempre en su mente, sin tan siquiera comprenderlo.

Sus manos comenzaron poco a poco a temblar mientras sus ojos tomaban un brillo nunca antes visto desde que aquella desconocida enfermedad despedazó su vida, y de su garganta se sintió levemente un sonido, un murmullo casi imperceptible que aquel borracho frente a él no notó en lo absoluto… ¡por fin había despertado!

Pasaron los años y el pequeño Frank poco a poco recuperó la movilidad de su cuerpo, más no su inteligencia, quedando prácticamente como un retrasado mental. A diario deambulaba por la granja con un pequeño cuchillo entre sus manos matando por diversión a cuanto animal pequeño encontraba en su camino.

El Carnicero del Zodiaco (EN EDICIÓN Y DESARROLLO)Tahanan ng mga kuwento. Tumuklas ngayon