El verano del Japón constantemente se ve dentro de un período trascendental. Evidentemente próspero según los módulos asiáticos. Los primitivos, satisfechos de su propio país, llamaban a sus islas la tierra de "las lujuriantes espigas de arroz"
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¿Que hace aquí de nuevo? ¿Usted no tiene un lugar al cuál ir? -Se detuvo justo antes del "Vals de las cabras"-
No. Al contrario, tengo uno como usted y los demás.
Vuelvo a mi pregunta ¿Entonces que hace en este lugar? ¿Acaso no sabe leer?
Sé leer y escribir perfectamente. No se moleste.
El viejo arremetió contra el suelo. Aunque también de alguna forma casi extraña ello le había dado por sentado acabar con su molestia. Dejando tontamente una pelea sin sentido.
En lo que parecían dos minutos sobre una sola miga de tiempo.
Aquella espiga de arroz sobre su misma sombra hacía que se sintiera como una sola persona: Sola. Por el resto de su vida como un marinero desesperado. Junto a ello notó que le faltaba algo además de ser un triste marinero.¿Que era? No sabía si se trataba de un humano común por su ceño fruncido. Pero estaba de más decir que si.
Edogawa Rampo. El grandioso joven detective estaba en aprietos. El trabajo de aprendiz lo tenía cansado y no era algo igual de grandioso que él. Un solo trabajo, un solo oficio debía de hacer. ¡Pero que cabeza dura! Edogawa se fue por un camino diferente, una alternativa distinta, más propia de un verdadero detective.
¿Irrumpir la riña en una cantina, con hombres ebrios al estilo de policía Old west? ¡Por dios!, se sentía turbado de sólo pensarlo. No; no era eso lo que se esperaba de sus exploraciones. Por primera vez deseó el mal, pensando que de tal forma encontraría algo curioso por su camino.
Edogawa Rampo, 25 años, detective privado. Sangre tipo B-. Pasatiempos, ninguno.
