Segundo Acto

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Escena I

Voz en off

Vladimir se sintió extraño al sentir en su rostro un aire caliente por lo que intentó abrir sus ojos pero los volvió a cerrar cuando notó que el sol lo había cegado. Un llanto casi sin escucharse lo hizo volver a la realidad que abrió sus ojos rápidamente adaptándose a esa luz de día.

Dio la vuelta, ahí a espaldas suyo se encuentra una niña de cinco años. Su cabello lleno de rulos tan negros que a la luz del sol parece que tiene reflejos rojizos. Sonrió aunque el último recuerdo en el parque no fuese muy reconfortante, espero con ansias que ella sí lo recordará.

Se fue acercándose más hasta quedar a escasos centímetros sin que la niña se diera cuenta de su presencia por tener sus ojitos cerrados. La observó unos instantes y pudo ver como pequeñas lágrimas que caían por ambas mejillas por lo que esta sin hacer el mínimo ruido se fue acercando hasta quedar frente a la pequeña.

Vladimir.
—Si sonríes se te hacen los hoyuelos más lindos que he visto en mi vida.

La niña abrió los ojos de forma instantánea y su rostro triste se transformó en una sonrisa aunque al principio temió por quien le hablará. Al verlo a él, sus ojitos chocolates volvieron a derramar lágrimas de alegría y felicidad.

Vladimir.
—Kar, ¿me puedes decir por qué estabas llorando?

Karen (niña de cinco años).
—Te extrañé. (Susurró la niña con timidez abrazándolo y eso lo tomó por sorpresa). Nunca más vuelvas a dejarme sola.

Vladimir. –(El joven se separó de golpe de la niña al escuchar su súplica en un tono de voz suave y certero).
—¿Qué sucedió? 

Karen (niña de cinco años).
—Dijiste que vendrías todos los días y no viniste hoy...

Vladimir.
—Vendré, lo prometo.

Un hombre con una botella de cerveza en la mano derecha entró en escena tambaleante. El semblante de la niña cambió en un segundo y se refugio de pronto detrás de Vladimir sintiéndose segura. Él entendió de inmediato que sucedería a continuación.

Pedro Álvarez. (Padre de Karen).
—Oye, suéltala. No te atrevas a tocar a mi hija.

Vladimir. (En tono furioso).
—Oh, ahora es su hija.

El hombre hizo caso omiso a esa esas palabras porque en su estado de ebriedad a penas si podía reconocer a la pequeña. Karen se resistió tomando la mano de Vladimir como si fuera su única salvación.

No quiso soltar su mano pero su padre tenía razón. Ella sólo era una niña, no era normal que se lo viera así. La miró una vez más soltando su mano indicándole que debía ir con él. Sus ojitos achinados se fruncieron sin entender.

¿Y qué se suponía que debía decir?

Pedro Álvarez. (Papá de Karen). –Le agarró de su brazo con fuerza presionando para que comenzará a caminar y ella seguía temerosa en su lugar.

—Vamos. Anda, niña estúpida, camina.

Ellos se alejaron y Vladimir quiso seguirlos, detenerlos. Exigirle que no le hiciera daño pero recordó una de las tantas reglas que debía cumplir: «No debía intervenir». No podría intervenir a lo que sucedería porque eso tenía que suceder aunque le doliera en lo más profundo de su corazón y por eso desistió.

Escena II

Una bella voz, una canción que se la había aprendido de memoria porque su mamá le había enseñado su madre antes de morir. Sintió pasos desde afuera en el pórtico de la entrada a esa cabaña pero no le dio miedo porque desde la ventana vio de quien se trata. A los pocos segundos, esa persona entró en escena.

Ella siguió de espaldas cantando la canción pero en todo momento sintió su mirada sobre su persona, es una niña muy muy inteligente y especial. Detiene a la mitad la canción para darse vuelta y mirarlo con una molestia en su rostro a pesar de que a los ojos de Vladimir se persive una bonita sonrisa de una niña de cinco años.

Karen. (Niña de cinco años).
—No viniste. (Vladimir se sonrió pensando en hacerle una broma cuando la vio cruzarse de brazos molesta) ¡Y no te rías!

Vladimir.
—Acá estoy, ¿qué no me ves o acaso soy yo u holograma?

Karen. (Niña de cinco años).
—No decía por vos. ¿Y qué es eso de holodrama?

Vladimir. –Se sienta en una silla para descansar sus pies.
—Holograma. Un holograma es una persona que se parece a una pero que se podría decir que es una máquina, como un robot.

Karen. (Niña de cinco años).
—¿Y tiene cables?

Vladimir.
—Debería, es un robot.

Karen. (Niña de cinco años).
—¿Vos sos un robot por eso viajas en el tiempo y dónde están tus cables?

Vladimir. –(Sonrió)
—No soy un robot, Karen. Es verdad que puedo viajar en el tiempo y...

Karen. (Niña de cinco años).
—¿Algún día me vas a decir como soy yo de grande? Por favor, yo quiero saberlo.

Vladimir.
—No puedo decírtelo, es una regla.

Karen. (Niña de cinco años).
—Una regla estúpida.

Vladimir.
—No hables así.

Karen. (Niña de cinco años).
—Papá habla así todo el tiempo.

Vladimir.
—Pero tú no lo hagas.

Karen. (Niña de cinco años).
—Papá es malo. (Desvió  la mirada a la ventana de nuevo). Sabés, quiero tener unos padres tan buenos como los tuyos o los de Tomás.

Vladimir.
—Karen, tu papá...

Y no pudo decírselo. No, no podía decirle a una niña de cinco años lo que iba a pasar dentro de unos cuantos años. Quiso advertirle lo que le deparará su futuro pero no pudo y no es que pensará en las reglas en ese momento sino que ella podría disfrutar quiero que disfrute estos años sin saber ese final tan trágico que le espera.

Karen. (Niña de cinco años). –(La niña lo vio muy pensativo y quiso preguntarle algo que había escuchado hablar a su amigo Tomás).
—Rubio, ¿vos crees en los finales felices de los cuentos?

Vladimir.
—Obvio, que creo. ¿Por qué?

Karen. (Niña de cinco años).
—Porque no quiero que me dejes sola.

Vladimir.
—No lo hará, lo prometo.

Ambos se abrazan llorando por la felicidad perdida.

Te Amaré Por SiempreWhere stories live. Discover now