Dios bendiga mi hogar

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II

Un último atisbo antes de zanjar la media noche.

Si no era molestia ya, designemos un nombre a nuestra cómplice: Naomie...  Naomie Balza. Bueno, por su ocurrencia en está sátira, nos expondremos paulatinamente en su vida, mínimo, cataremos algunos puntos significativos. Por ejemplo: ¿Qué le estruje la curiosidad?, o tal vez, ¿qué hace los fines de semana? ¿Cómo disfrutaría un encuentro paranormal? Y lo más noble de todo: ¿Visitará la residencia de su artista musical favorito, cosa que le abombaba la cabeza de ilusión?

Páginas..., páginas de triste silencio, entre pedruscos epítomes y sabias bravías, cuando surgió fuera estaba meditabunda. Hubo cierto apetito que no lograría vencer y repuso a la urgencia de irse al dormitorio; mientras quisiera descansar, atravesaría descalza la bóveda: sitio rebosado de pequeños estantes, yuxtapuestos con unos escritorios informales, y varios banquitos deslucidos.

Detrás quedaba la fragua reverberante de suplencias catatónicas, que siempre hacían rumiar su ímpetu, cuán melodioso llamamiento de la joven no esculpiese las isofonías flamas en cimbras fundamentadas de alegría.

Naomie, por los huesos, piel tersa y labios de tenue rocío perfila la idea de la mujer venezolana común, lista para aventajar la madurez rápido. Pero, era cabal proferir que muy en lo hondo, como cada círculo del infierno, ella desmentía su propia existencia e infame propósito.

«Hay una bala que espera ser fulminada por el llanero blanco, sobre las pampas añiles cerniéndose en las grisetas verpertinas; existe una confabulación extraordinaria, inaudible, devoradora de riquezas; allí penetraron los marsupiales en las inéditas soledades de los pueblos», y no bastaría para Balza solazar los pensares cotidianos que aneja a la nación latinoamericana, semejante a un sumario inextricable con demás tiras periódicas en su colección diletante de anatemas.

Chorearon los embalses de la mente. Ungiendole las zancas, la misma incertidumbre le hacía muecas delirantes. Saldo la aventura, búsqueda y pasión donde pernoctaba el mango; luego escucho verbalizar a las almas expoliadas de crudas percepciones fantasmales. Bohemios los quinques tintos, iluminaron sierras y sierras de carne putrefacta; el rostro desfallecido del progenitor y los cuerpos de sus adoradas arpías...

Veamos, ni hambre, tampoco espanto, siquiera resopla y se echa luengamente por el pasillo circundante como sabueso a media legua implorando amor, como la niña deseando otorgarlo. El libro cerró la primera parte.

The WriterDonde viven las historias. Descúbrelo ahora