Capítulo 11

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Como cada noche buena, Natasha se reunía a cenar junto a su madre en una mesa apartada de la multitud, en uno de los restaurantes más elegantes y caros de la ciudad. La madre de Natasha era una mujer mayor de buen porte y de muy buena educación, de aquellas que disfrutaban de una buena copa de vino y una escapada al spa.

Natasha, muy distinta a ella, no soportaba que su madre basara su estilo de vida en las apariencias. No le gustaba que su madre tuviera estereotipos estúpidos y banales que la hacían juiciosa con todo.

–Para ser una persona reconocida y con mucho dinero, no te comportas como tal, hija.

Natasha asintió, sin querer decir nada, no se encontraba con muchas ganas de iniciar una discusión con su madre.

–Te comportas como la gente normal, cuando eres distintos a ellos –continuó la mujer–. Somos distintos a ellos.

–Ajá –expresó Natasha, llevándose un trozo de carne a la boca.

–¿Me estás prestando atención? –le preguntó, dejando los cubiertos sobre el plato–. Parece que hablo con una alelada.

Natasha sacudió la cabeza y se puso firme en su sitio.

–Mamá, siempre me dices lo mismo, en cualquier momento sacarás lo del matrimonio y los nietos –se encogió de hombros.

–Lo saco porque ya tienes 28 años, apunto de cumplir 29 y no te has casado ni me has dado nietos –continuó la mujer–. La gente comenta y dice que eres una sinvergüenza, de un lado a otro, como un pajarillo revoloteado.

–Pues como tú bien dices: tengo 28 años, apunto de cumplir 29 y eso significa que puedo hacer con mi vida lo que quiera.

–Y nadie te lo impide, pero tienes que comportarte como una mujer de tal edad –la madre de Natasha la señalo con el dedo índice–. Y no como cualquier mujer, tienes empresas importantes y deberías cuidar tu reputación, ¿lo entiendes?

Natasha miró detenidamente a su madre, intentando no perder el control. Llevaba soportando la charla de su madre desde hace una hora. Asintió una vez más y continuó comiendo.

–Ahora dime, ¿cuándo vas a madurar, conocer a un buen hombre y sentar cabeza?

–Te recuerdo que me gustan las mujeres, madre.

–¡Pavadas!

La pelirroja se tapó la cara con las dos manos, intentado calmar su agobio, pero fue en vano. Su madre lo sabía muy bien y no entendía porque seguía exigiendo algo muy poco –por no decir imposible– probable.

–Bueno, ¡basta ya! –dijo Natasha alzando la voz, su madre saltó un poco del asiento, completamente sorprendida–. Estoy cansada de esto, ¿¡por qué no me preguntes como he estado!? ¿¡Si lo estoy pasando bien o mal!? ¡Cada noche buena igual, joder!

Seguidamente, se levantó de la mesa, buscando su billetera y sacando dos billetes de 100 euros. Los tiró sobre la mesa y miró a su madre enfadada.

–¿A dónde vas?

–Me largo. Y olvida esta tradición de juntarnos para noche buena, porque es una completa mierda.

Se metió las manos dentro de los pantalones y se marchó de allí, dejando a su madre desconcertada. Para evitar que su madre se contactara con ella, apagó el móvil. Decidió pasárselo bien, así que se dirigió a casa de su amiga.

No tardó mucho en llegar a casa de Kate, la cuál había decidido hacer una pequeña reunión –no tan pequeña, realmente, habían más de 30 personas– con los amigos más cercanos. Tocó el timbre y esperó a que la abrieran. Kate apareció tras la puerta con un gorrito de cumpleaños sobre la cabeza y una bufanda de plumas sobre los hombros.

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