••°Ένα°••

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☆"Cada vez que alzo la mirada hacia las estrellas siempre me centro en la más pequeña, ya que ella, con ese poco espacio consiguió que la Luna la colgara a su lado. Eso mismo quisiera hacerte, solo que en vez de limitarte a una estrella; me dejaras admirarte como la Luna entera"☆

⸙̭❛🥀


Aralinn llenaba sus cielos de esponjosas nubes blancas que parecían nadar como la espuma del mar, dando paso así a uno de los días más lindos alguna vez escritos en la poesía. Desbordando la magia que ceñía una fina capa invisible que no parecía desplazarse al compás del viento, era algo digno de ver en los peores momentos para recobrar el aliento, así como en los mejores para atesorar el recuerdo.
Aralinn era interesante a vista de muchos visitantes extranjeros, nadie paraba de decirlo cada vez que los grupos de gente se adueñaban de las esquinas; todos ya con una vista rápida y predispuesta a lo que ocultaba la zona entre sus paisajes arrebolados e impecables en comparación a otros lugares. Louis no podía decir que era normal estar ahí, solo que la ilusión de visitar cualquier lado del poblado le era indiferente con toda la agitación -y tareas- diaria por todos lados. Conocía más su lugar de nacimiento por chismes que por verlo.

Las flores rondaban a su alrededor como si él baile de las hadas se presentara en ellas; Louis no sabía si esos pequeños seres existían dentro de todos los secretos que guardaba el reino, pero tampoco lo dudaría, después de todo no era bueno decir que no lo hacían y él no sería el causante de ninguna muerte.
Su omega ronroneó dentro se su pecho, mandando una pequeña vibración por todo este; todo ese paisaje era el que siempre acompañaba todos sus pensamientos, tanto los buenos como los malos, por eso le gustaba pasarla ahí. Su madre solía decir que perdía demasiado el tiempo, pero él no lo sentía así. Cumplía con sus deberes y todo lo que le pedían y mientras su padre y su nana estuvieran orgullosos y aceptando como era; todos los demás podían hablar cuanto quisieran. Incluida su madre ahí.

Aunque en ese momento no se podía dar el lujo de ignorarla, así que soltó un suspiro y tomó la canasta de ropa que tenía a un lado, dispuesto a volver a su casa. Claro si no hubiese sido interrumpido por una pequeña forma que se mostraba enojada y le miraba con los brazos cruzados. Rodó mentalmente los ojos.

-Adeline, ¿también debes seguirme aquí? -pasó por su lado, ignorando lo mejor posible a esa criatura tan poco soportable.

-Tardas mucho y mamá te dijo que volvieras rápido, nunca lo haces. Me mandó por ti.

-No, no te mandó por mi y lo sabes -colocó el canasto en el piso, rebuscando y sacando cuidadosamente la enorme falda que había lavado hacia unas horas ‐responsable además del horrible dolor de espalda que tenía- para entregarla a la niña- ya está seca y puede usarla.

La niña ni siquiera dio las gracias, solo se marchó a tropezones con la prenda en brazos.
Louis no entendía el porqué de ella, no después de que la habían esperado con tanto amor y con las mejores cosas de por medio. Adeline no parecía su hermana, sino la copia innegable de quien se hacía llamar su madre; aún con ella tenía la esperanza de ser querido un poco más.

No recordaba como había sido el día de su nacimiento, Vana decía que él incluso le dio una pelota hermosa que se ganó después de pelear con un niño pero vamos, ¿su nana dejándolo pelear? Se hubiera ganado mínimo una semana sin tarta de queso y una buena reprenda. Le era inverosímil creerle. Si se ponía a pensarlo mejor si era posible haberle querido comprar algo en ese entonces, incluso cuando cumplió su primer año y el segundo donde era más apegada a él y lo buscaba por todos lados con un libro de dibujos con pequeñas frases para que lo "leyeran" juntos. Hubiese deseado quedarse en esos dos años, pero ya de nada servía lamentar lo perdido.

𝓐𝓶𝓪𝓭𝓸 𝓶𝓲𝓸𝑒 [L.S]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora