6.

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El tiempo pasaba lento. Cada segundo aparecía mucho después que el anterior y se sentía como una eternidad para que los minutos se juntasen y formaran una hora. Había estado gran parte de la mañana engañando a su cerebro, haciéndole creer que aquel sería un día completamente normal y, por ende, no tenía por qué preocuparse de que llegase el momento en que las clases terminasen para salir del instituto y dirigirse a otro lugar en compañía de un chico que despertaba en él un extraño sentimiento de confianza y curiosidad.

Tuvo matemáticas, luego un taller de arte, clases de inglés y por último las tediosas charlas de historia con el señor Mikami, quien contaba con un timbre de voz tan sereno y pausado que hasta en el estudiante más energético lograba infundir el sueño. Jimin no era la excepción. En ese mismo momento sus ojos comenzaban a cerrarse automáticamente, mientras su profesor seguía la catedra como si nada. El aburrimiento era algo tan natural para él, como sus actividades y rutinas diarias. Pero desde que había hablado con Jungkook parecía que su mundo había dado un vuelco irreversible. Era como si ahora tuviese algo que le llenaba de emoción y lo demás no era capaz de provocar la misma sensación en su interior. Deseaba hablar más con Jungkook, escuchar sus divagaciones. También deseaba hablar. Eso era lo más extraño.

Salió del salón dejando salir un bostezo de sus labios. Bajo las escaleras con rapidez y llegó a la fila de casilleros grises de dónde sacó todo lo que necesitaba antes de irse. El Instituto era uno de los edificios más imponentes del sector y estaba rodeado por una muralla de ladrillos rojos de la cual sobresalían rejas negras. Había una sola salida, con la placa de la escuela justo a un costado. Jimin llevaba un paso acelerado y trataba de adelantar a los demás estudiantes que se apilaban para salir del lugar directo a sus casas. Sus ojos revoloteaban buscando la figura de su vecino en la puerta principal, pero apenas podía diferenciar las cabezas de los estudiantes que iban delante de él. Cuando llegó al final de su camino seguía sin encontrar a quien tanto deseaba ver y sintió miedo de que todo hubiera sido un sueño y que en realidad solo su imaginación se hubiese encargado de convencerlo de que se verían ese día.

Alguien le toca el hombro. Cuando se da vuelta ve la cara de Jungkook. Su cabello castaño parecía recién cortado, aunque seguía teniendo un aspecto incontrolable que le caracterizaba. El labio que anteriormente se veía golpeado e hinchado ahora se encontraba con mucho mejor aspecto. No pudo evitar sonreír por ello.

— ¿Temías que te dejara plantado? —Preguntó Jungkook estirando sus dedos hacia las manos de Jimin y depositando un dulce sabor sandía en ellas.

— Claro que no —mintió—. Tu labio se ve mucho mejor.

Jungkook se acomoda la mochila que llevaba a la espalda y hace una reverencia irónica frente a Jimin.

— Sobre eso, querido vecino, solo puedo dar las gracias por sus sinceros cuidados.

Jimin enrojece y aparta la vista.

— Idiota.

Jungkook suelta una pequeña risa no sin antes tomar el brazo de Jimin y empujarlo ligeramente para comenzar a caminar.

— No quiero que llegues tarde a tu casa, así que mejor deberíamos apurarnos.

Nuevamente Jimin estaba siendo guiado por Jungkook. Dejaron atrás el instituto y se sumergieron en la ciudad. Jungkook iba hablando de cosas triviales. Le preguntó a Jimin cómo le había ido en las clases. Este le contesto que bien, sólo que se había aburrido bastante. Jungkook le contó que él no había ido a su instituto ese día, y que, normalmente, ya no le decían nada al respecto porque su padre nunca se presentaba cuando los profesores le mandaban a llamar. Admitió que una de las cosas que le mantenían sin una expulsión definitiva era que su profesor a cargo prefería que saliese a la vida con un diploma que sin él.

cómplice ☆ kookminDonde viven las historias. Descúbrelo ahora