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Una vez leyó en una revista sobre el síndrome del viajero eterno. La autora de la nota lo definía como la profunda sensación de no pertenecer a ningún sitio, la inquietud de algo faltante que te cala hasta los huesos. Nunca supo si era un síndrome real, pero cada vez que caminaba de vuelta a su casa en su mente aparecían flotando las palabras de esa vieja revista de hogar y familia que había encontrado encima de la mesita de madera de roble ubicada en la sala de estar de su dentista, justo al lado de un sofá te terciopelo rojo. A Jimin nunca le apetecía llegar a casa, no sentía conexión alguna con ese lugar. Quizá podía ser catalogado como un viajero eterno.

Sentía la garganta seca y las mejillas calientes a pesar de que el aire frío le golpeaba el rostro. Las luces de la calle tintineaban mientras daba pequeños pasos hacia su destino y si miraba de reojo podía notar la figura de un gato negro balanceándose por la orilla de la calle en busca de algo para comer.

El ambiente era frío, aunque hace poco había empezado la primavera, y podía distinguir su aliento en forma de humo cada vez que respiraba con más fuerza de lo normal. Mientras seguía su camino pensaba en diversos escenarios ficticios. Divagar era el mejor ejercicio para mantener su mente distraída de los problemas del día a día, pero a veces le asustaba lo fácil que su mente se podía perder en aquellos laberintos inexistentes como si fuera un ratoncito desesperado por un trozo de queso. Cuando era pequeño y estaba cursando la primaria una de sus profesoras golpeó el escritorio en donde yacía su cuaderno de matemáticas con ejercicios sin terminar. El estruendo fue tan fuerte que la clase entera guardo silencio mientras Jimin solo podía mirar la mano con uñas pintadas con un color morado decadente que estaba frente a él.

—   Deja de estar en las nubes —musitó la señora Choi con sus lentes circulares casi cayéndose de su nariz. A pesar de causar un ruido tan alto con el golpe de su puño para las orejas de un niño de 10 años, tenía un timbre de voz más bien bajo.

A los adultos no les gustaba su forma de ser. Siempre fue callado e inexpresivo. Su presencia jamás se hacía notar y era muy fácil que las personas no se dieran cuenta que estaba ahí. Cuando era más pequeño aquello le desesperaba, pues, al igual que cualquier niño, la atención era algo que también le hacía sentir bien. Sin embargo, con el pasar de los años aquello pasó a un segundo plano y se encontraba a sí mismo disfrutando de la tranquilidad que le otorgaba el hecho de que la gente no reparara en su existencia.

Dentro de todo se definía a sí mismo como un chico normal. Le iba decente en el instituto y nunca causaba problemas. Tenía un par de amigos con quienes pasaba los descansos y hacia los deberes. No eran muy cercanos, pero había un acuerdo tácito de quedarse como grupo para que ninguno quedase como un desadaptado en la clase. A veces, cuando esa situación se le hacía aburrida, se iba a la biblioteca a dormir y, si tenía suerte, la mesada le alcanzaba para pasar después a la tienda de conveniencia y pedir un plato de ramen caliente que se comería antes de volver a su hogar.

Hogar. Esa palabra le molestaba. La gente le daba mucha importancia. Se suponía que el hogar es algo mucho más allá de la edificación física que te cubría con un techo. El término se encuentra profundamente enlazado con la familia. Quizá eso era lo que le molestaba, porque tampoco entendía por completo el concepto de la familia.

Quedaban unas dos calles antes de poner fin a su caminata. Donde vivía era un barrio en el cual casi solo quedaban abuelos disfrutando de su pequeña pensión. Las personas jóvenes que alguna vez fueron sus vecinos se habían ido hace años, buscando nuevos horizontes. Al parecer nadie que le quedasen años de juventud quería quedarse en ese lugar, no cuando Seúl estaba a unas tres horas de viaje en bus. A Jimin no le importaba y era mejor así. A veces también fantaseaba con la idea de irse, pero un sentimiento de amargura siempre llegaba al final de sus pensamientos recordándole su realidad. Si había alguien que iba a vivir y morir allí era él.

cómplice ☆ kookminDonde viven las historias. Descúbrelo ahora