Horas después abrió los ojos, era hora de levantarse a pesar de haber anochecido. Su hermano Kiran necesitaría descansar. Lo buscó de inmediato nada más vestirse con comodidad, pantalón de piel de ciervo y camisa amplia beige, aunque en su cintura conservó una espada  corta en vez de la que usaba en batalla. Este recién salía de una larga cena con los consejeros y algunos habitantes que ostentaban algún cargo en el palacio, no se enteró bien. Pero se encargó de que su hermano mayor se marchase a descansar. ël se haría cargo de todo hasta el nuevo día.

Recorrió el lugar casi en penumbra. Subió a las almenas, donde sus hombres le saludaron. Sus capitanes habían hecho un buen trabajo, habían mezclado la tropa con alguno de los soldados habitantes del lugar, y les oyó hablar en tono relajado. Ahora había que hacerles sentir parte de el nuevo reino. Los que habían estado a su servicio tenían batallas que contar para noches enteras de vigilancia para aquellos que nunca habían salido de la seguridad de los Reinos Velados.



La noticia de la llegada del ejército de el Sanguinario tardó pocas horas en llegar a oídos de Gyefer, el soberano del reino más cercano. El espía que pagaba puntualmente le puso al día de cada acontecimiento de las últimas horas. Su hijo Rynounm y después su hija estuvieron a las puertas de su habitación, en la cual tenían prohibido entrar, pues su enfermedad era en extremos contagiosa. A punto estuvo de mandar estrangular al mensajero, pero su hijo le hizo desistir en la idea. El simplón no tenía culpa, sin embargo el espía que estaba dentro de los muros del castillo del Uro, solo confiaba en ese pestilente ser.

Hizo prometer a su  Sayideh que no se acercaría a las fronteras, conocía bien a la intrépida joven. Esta no puso objeciones a su palabra, y se marchó de allí poco después. Tendría que mandar a alguien que la vigilase de cerca, pero no era estúpida como para meterse en la boca del lobo, pensó.

Sayideh no tardó ni medio día en reunir a su tropilla de imberbes para hacer una batida a las torres más cercanas. Al menos quería echar un vistazo. No podría ser de inmediato, su padre podía tener a alguien vigilando sus pasos, pero en un par de días que no saliese apenas del patio de armas y practicasen todos allí, en vez de fuera, tranquilizaría los ánimos de su familia y le daría tiempo para organizarlo todo.

Anochecía cuando avisaron a Masroud que el antiguo rey, el viejo Bröden había despertado y pedía hablar con el conquistador de su reino. Durante ese tiempo, su hermano pequeño y él se las habían arreglado para no molestar al mayor de ellos. Pero esta novedad tendría que afrontarla el nuevo señor del castillo.

Se apresuró a ir en búsqueda de Kiran, el cual seguía dormido. Los hombres que él mismo ordenó guardasen la entrada del dormitorio se apartaron de la puerta y la abrieron. Todo estaba a oscuras hasta que él prendió una de las velas. Se acercó a la cama donde descansaba su hermano mayor. Debía de estar agotado, llevaba días sin dormir, y si el baño que estaba contiguo a esa habitación era igual que el suyo, no le extrañaba nada lo relajado que parecía en esos instantes. A pesar de la barba que le hacía parecer algo más mayor de su edad, sus rasgos solo se sobresaltaron cuando su voz le llamó. En ese momento sus manos, rápidas como áspides tomaron las empuñaduras de sus puñales curvos bajo la almohada.

––Kiran, despierta, el viejo rey Bröden pregunta por ti––habló Masroud tras dar un salto hacia atrás.

Al reconocer a su hermano, se relajó. Se estiró antes de empezar a levantarse.

––¿Qué hora es?––preguntó Kiran con voz cansada.

––Ya anocheció. Has dormido día y medio, hermano––sonrió Masroud..

Leyendas de los Reinos Velados, 2. Masroud el Implacable.Where stories live. Discover now