No es perdón, es servicio

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El hombre continúa su diatriba, algo sobre la historia de su familia en esos bosques. Cuentos de cazadores, inviernos duros, bajas temporadas, falta de dinero, y muchas cosas, pero nunca se perdían de bajar hasta el lago y bañarse. En verano, otoño y primavera aprovechaban para darse un chapuzón y pescar. En las montañas era la única forma de sobrevivir.

Mi padre tose detrás de mí. Mi corazón se salta un latido y lucho contra la necesidad de darme vuelta para ver si su boca ha despedido sangre como otras veces. Desmond ralentiza su marcha para ayudarlo y le alcanza un pañuelo, así que puedo adivinar que sí lo ha hecho. A riesgo de quedar como el peor hijo del mundo, apresuro el paso.

He estado la mayor parte de mi vida sin él. ¿Por qué tengo que pretender que me importa cuando, claramente, yo no le he importado ni un solo día desde que se fue de la casa? Porque si le hubiera importado un poco habría regresado antes. Odio las conversaciones que hemos tenido desde que volvió. Reclamos van y vienen, mayormente por mi parte, y él quiere explicarme. ¿Qué, exactamente? ¿Que fue un cobarde que no supo cómo manejar su vida de mierda y tuvo que dejar a su hijo solo para encontrarse a sí mismo o alguna otra mierda espiritista?

No me doy cuenta de que las lágrimas bajan por mi rostro hasta que las siento congelarse sobre mis mejillas. A unos pasos delante de mí, Bárbara se ha quedado parada, mirándome mientras me desmorono. Como si necesitara su consuelo, derramo más, incapaz de controlarme.

Qué idiota, como si ella fuera a limpiármelas. El hombre del bar la llama, agitando su brazo con el ceño fruncido. Ella nos mira intercaladamente y hace puños sus manos.

Sé que no se quedará conmigo. Yo soy el único culpable de la situación entre nosotros, no puedo pretender que todo quedará olvidado porque me he mostrado débil.

Paso por su lado, temblando, y ella no hace nada para detenerme. Me digo que está bien. Que no tengo que martirizarme...

Su mano se entrelaza con la mía. Tímida al principio hasta agarrarme con firmeza. No dice nada, solo está allí, un cable a tierra. Le aprieto la mano y la suelto, un breve agradecimiento antes de seguir caminando.

―Oye. ―me llama. Yo no puedo hablar, tengo la lengua pegada al paladar―. Puedes hablar conmigo.

―Podía hacerlo... ¿Estás segura de que quieres hacer esto ahora? ―murmuro, las palabras salen más duras de lo que había pensado. Se ve afectada, pero cambia la expresión en un parpadeo―. Lo siento, yo...

―No, tienes razón. Ahora no es el momento. Si me disculpas, mi cita me está esperando.

Mis dientes rechinan al oír la forma en la que se ha dirigido a él. Maldición.

―Oh por Dios. ―susurra ella en mitad de una risa―. Estás celoso.

Resoplo algo que se parece a un "claro que no", pero mis ojos delatan "claro que sí".

―No puedo creer que Evina tuviera razón. ―Antes de que pueda preguntarle acerca de qué, ella vuelve a hablar―. Tranquilo, Mittchell, no es como si estuvieras enamorado de mí.

Mi respiración se corta y me quedo tieso como un palo. Ella parece no darse cuenta, sigue su camino como si no me hubiera tirado una bomba molotov a la cara.

En medio de mi parálisis, mi padre me alcanza con esfuerzo. Desmond lo sostiene del brazo, pero parece avanzar a paso decidido, lento pero seguro.

―Sí que tiene chispa.

―Cállate.

Continúo caminando, aun cuandosiento su risa gutural vibrando detrás de mí.

Deseo deseo ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora