5. La verdad puede doler como un puñal

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CAPÍTULO 5

La verdad puede doler como un puñal

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Kirtan salió del comedor hecho una furia. Vi fuego en sus manos; no alcancé a ver sus ojos otra vez, pero seguro que volvieron a arder en llamas.

Mi sorpresa al contemplar a alguien creando fuego de la nada con sus propias manos fue monumental. ¿Podría yo hacer lo mismo? ¿Sería capaz de generar llamas cada vez que lo quisiera?

Aunque me causó una gran fascinación el descubrir que alguien pudiera producir fuego con tal facilidad, lo cierto es que mi aversión al elemento seguía vigente. Aunque disfrutaba la sensación que me causaba sobre la piel, le temí toda mi vida. No sería fácil aceptar que yo misma podría expulsarlo como si fuera una parte de mí.

—¡Ten más cuidado! —Se quejó Darren a la distancia—. ¿Cuál es tu problema?

Lisa y yo salimos al corredor. Comprobamos que Darren fue empujado por Kirtan en su camino hacia donde fuera que se encontrara la persona que lo designó como mi entrenador personal.

No sabía cómo sentirme al respecto. Lisa tenía razón: si Kirtan sería mi entrenador, pasaríamos mucho tiempo juntos... pero yo no quería eso. Ni siquiera quería ser entrenada. Aunque no era feliz en la Tierra, mi vida estaba en ella. Quería entrar a la universidad, independizarme, cumplir mis sueños...

Sin embargo, para ello, necesitaba aprender a controlar el fuego que habitaba en mi interior. Nunca tendría una vida normal si no lograba dominar los presuntos poderes que poseía. A lo mejor, una vez que entrenara lo suficiente, podría volver a la Tierra y ser una persona casi normal.

Bien, debía ser entrenada cuanto antes.

—¿Qué le pasa a Kirtan? —le preguntó Darren a Lisa cuando nos topamos.

—Ya sabe la noticia —respondió Lisa, afligida—. ¿Crees que monte una escena?

—No lo creo, estoy seguro de que lo hará. Será mejor que vayamos al salón para impedir que los asesine a todos.

Darren, Lisa y yo nos dirigimos a aquel salón en el que se reunirían los infernales de la academia para darme la bienvenida. En el trayecto, admiré cada detalle que alcanzaba mi vista. No podía quitarme de la cabeza la idea de que me encontraba en un edificio de algún poblado del medio oriente terrestre. Las secciones de la academia estaban desiertas; tal vez era de noche, razón por la que no había alumnos por ahí. ¿Existía el día y la noche en el Infierno? No tenía idea.

Las quejas de Kirtan se oían a varios metros de distancia. Al entrar en la sala, casi todas las miradas se concentraron en mí. Había al menos diez personas dentro, más de las que vi al despertar.

Kirtan era el único de pie en un extremo de la sala bien iluminada. Había un mesón de madera oscura en el centro que se extendía por casi todo el cuarto de paredes cubiertas por un papel tapiz color granate. Observé un sorprendente candelabro en las alturas; cerca de este se situaba un proyector cuyo lente apuntaba hacia un telón que colgaba a lo largo de una pared. Las ventanas eran tan altas que por poco alcanzaban el techo, pero estaban tapadas con cortinas negras que no me permitían ver la hipnótica luna de sangre.

—De ningún modo lo haré —le decía Kirtan a un sujeto alto y corpulento de unos cuarenta y tantos sentado en torno al mesón. Todos los infernales que se hallaban en el cuarto, sentados también, parecían estar en perfecta forma y ostentaban una belleza sobrenatural—. ¡Me niego! ¡Échenme si lo desean!

—Nadie te retiene aquí y lo sabes —replicó el sujeto. Su voz era más grave y mucho más firme que la de Rosson—. Si sigues entre nosotros es porque le prometiste a Ellen que no te marcharías. Aun así, sabes que te necesitamos. Eres uno de los infernales más poderosos de los que se tiene registro. Serías el entrenador indicado para Cassia.

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