Capítulo 11

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Kaia

—¡Joder!— coño, que no puedo hacer nada sin lastimarme una parte del cuerpo en el intento.

Era la segunda vez que me daba en el dedo chiquito del pies con la pata de la cama, ya veo estrellitas y todo, maldita sea.

Cojeando me senté sobre la montaña de ropa que tenía en el suelo para medir los daños que no eran visibles, pero que dolía como si me estuvieran amputando la maldita pierna.

Al tener nuevo compañero de piso creí conveniente arreglar el desorden universal en el que vivía o como mucho, adecentarlo un poco. Pero me estaba costando un ojo de la cara y buena parte del otro no matarme en la faena.

¿De verdad yo vivía ahí? Bajo lomas y lomas de polvo, de ropa tirada por doquier. Vamos, que lo más normal era ver uno de mis sujetadores en la nevera. Erika sabía que yo no era lo que se podrías decir amiga del orden, pero eso debía cambiarlo al menos hasta que hubiera más confianza con mi nuevo inquilino y volver a mis viejas andanzas.

A partir de hoy debería decir adiós a mi manía de andar desnuda o semidesnuda por casa, no era lo mismo con mi amiga que con un hombre en casa ¿no? ¡Qué carajos! Puedo andar como quiera, total él ni se volteará a verme ¿no qué le van los tíos?

Al final va a resultar que tendré que agradecer ese detalle, si no fuera así ni loca me plantearía andar por casa con una de mis batas de dormir que mostraba más de lo que escondía con él merodeando por allí.

Si bien solo había limpiado el salón y la cocina que hay que recalcar tenía más cacharros que otra cosa, ya me sentía como si hubiera participado en un maratón de 35 kilómetros. No lo hacía nunca, más bien cuando tocaba o me dignaba a hacer limpieza era como bien diría mi abuelita

Aún me quedaba aún el cuarto que desocupó Erika y que tal parece había pasado un huracán categoría 5. El colmo fue una empanada con moho y quien sabe cuantas mierdas juntas debajo de la cama. Sabrá dios de hace cuanto tiempo. Me moría si Aaron veía eso. Nunca jamás podría mirarlo a la cara de nuevo, seguro que no.

Ventilación, juego de sábanas nuevas y una limpieza muy, pero muy a fondo y ese cuarto parecía otro. Terminando el baño me disponía a invocar un demonio y venderle mi alma sin con eso me salvaba de limpiar mi cuarto.

Si la casa era un desastre, mi cuarto era una verdadera pocilga. No se quien fue el que dijo que por ser mujeres debíamos ser ordenadas, de seguro ese no me conocía, sino se replanteaba decir semejante patraña. En fin que estaba en el suplicio de no encontrarme una ballena muerta en mi armario, porque apuesta segura, si me regalaban una era capaz de perderla ahí. Cuando suena el timbre liberándome momentáneamente de semejante castigo.

Salí corriendo a la puerta como si me pagaran mil euros por hacerlo, es decir en 0,5 segundos. Me saluda un chico al que su cara me parecía raramente familiar con dos cajas en las manos. Supuse que era de la mudanza y lo dejé pasar y tras de él, estaba Aaron con un aspecto envidiable, un equilibrio increíble entre un ángel y el favorito de Dios, Lucifer.

Camiseta blanca subida hasta los hombro, dejando al descubierto unos poderosos biceps flexionados por el peso de las cajas que traía. Por fin pude babear a conciencia con la imagen de uno de eso brazos tatuados. Una enorme espiral que llegaba hasta la muñeca toda ella estaba compuesta por notas musicales. Imagino que la canción debe de ser muy importante para él para que hiciera esa bestialidad tan grande. Es algo que mi curiosidad saciaría más tarde. Peno no nos detengamos en una sola parte que el cuadro viene siendo mejor que una porno. Tenía unos pantalones negro que escondía unas fuertes piernas y para terminar el oufit unas botas. Cuando lo vi casi caigo de rodillas. Si algo me atraía de un hombre a parte de los hombros anchos, una espalda en forma de cascada y un buen trasero que pudiera vacilar cuando me diera la espalda, era verlos con botas.

Adicción Color CanelaWhere stories live. Discover now