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Un estrépito proveniente de la sala hizo que dilatara una de sus pupilas, que no tardó en caer nuevamente para cerrarse. De nuevo, otro crujido, parecía el sonido de una construcción pero él sabia que era exactamente aquello.

Se incorporó con desgana, tomando su celular que reposaba en la mesa de noche al lado derecho de su futón, 5:24 a.m.

Demasiado temprano para una pelea matutina familiar.


Había escuchado a sus padres pelear mucho antes de que estos decidieran divorciarse, la única razón de que se padre frecuentará el hogar de su ex-esposa era, claramente para visitar a su retoño, pero también que éste aún tenía un contrato pendiente con la súpermodelo y por más que quisiera, le producía más dinero que trabajar de oficinista.

Los papeles estaban hechos, habían dividido los bienes en partes iguales, pero había una cosa la cual no podían dividir, aunque quisieran.


—¡OJALA TE PUDRAS EN EL INFIERNO!— Se escuchó el chillido agudo de una fémina mientras arrojaba lo que parecía ser un jarrón (y muy costoso) al suelo, suponiéndose que caería en la cabeza del masculino.


—¡¿acaso no vez donde estoy ahora, Aoi!?— reclamó una voz serena pero con mucha irritación al habla, quien parecía tratar de calmar a la mujer antes de sufrir de un infarto por todo el coraje acumulado, no le importaba en lo mas mínimo la salud de ésta, se preocupaba más que todo por el sueño de su hijo que de seguro fue afectado por los alaridos de la femenina.


«Mierda, no de nuevo» talló sus ojos con algo de fuerza, después de aquellos reclamos y intentos fallidos de apaciguar la disputa, el bermejo se dispuso a acomodar lo necesario para empezar otro día escolar y olvidarse en el infierno que vivía día a día.


Su cuarto meramente estaba hecho un desastre: ropa sucia y limpia tirada por doquier, tareas y trabajos sin terminar en su escritorio, algunos diseños regados por todos lados y, su nariz. Al sentir una punzada en aquel sitio lo sostuvo con una mano, sabia que después de la “fantástica aventura con la rueda de caucho” sentiría las consecuencias al siguiente día, y, como si fuera un karma, estaba sufriendo un incomodo dolor en su tabique.


Trató de ordenar un poco su caos para así conseguir sus materiales escolares, después de todo se había levantado antes de la hora habitual gracias a el “despertador especial de sus padres”, encontrándose con una prenda rosada pálida que yacía oculta en un montón de libros que nunca en su vida tocó. La olfateo un poco solo para corroborar que era del dueño que imaginaba, aquel olor a pomelo no podía confundirlo, Yuzuriha. Al recordar el nombre de su mejor amiga sus labios fueron adornados con una brillante sonrisa, si tenía suerte podría olvidar el mal comienzo de su mañana con solo la presencia de ésta.


Agradecía tener un baño propio en su habitación, tomando una ducha para luego vestir su uniforme escolar y agarrar aquel suéter rosa en manos, recordando el día en que su amiga se lo entregó; estaba lloviendo y Kitsune no había traído un paraguas consigo, Yuzuriha decidió compartir el suyo pero éste solo guiaba el paraguas en dirección hacia la fémina, dejando todo su costado derecho empapado.


“—¡ten Kitsune-san!, No quiero que agarres un resfriado por ser cabeza hueca—”


Aquellas palabras le hicieron sentir una calidez en su pecho, para así colocarse el suéter rosa y dirigirse a la sala. Realmente no quería ver a sus padres pelear, no de nuevo. Pero su pansa exigía algo de comer antes de irse a cumplir su horario escolar, bajando los escalones mientras arrastraba sus píes.

𝕌𝕟 ℤ𝕠𝕣𝕣𝕠 𝕖𝕟 𝕝𝕒 𝔸𝕝𝕕𝕖𝕒 𝕀𝕤𝕙𝕚𝕘𝕒𝕞𝕚|| Dʀ. Sᴛᴏɴᴇ хᴍᴀʟᴇ!σcDonde viven las historias. Descúbrelo ahora