- Q-que tú… – Vacilé un poco. ¿En serio caería en su juego? Las hormonas se arremolinaron en una zona específica que señalé con mi mandíbula.

- La curiosidad alcanza sólo para los besos, Camz. – Trepidó por mi cuerpo con una languidez que estaba por eliminar mi última neurona cuerda. – Buenas noches.

Depositó un beso en mi mejilla sudorosa y se perdió escaleras abajo con ese contoneo sensual que era tan suyo. Recosté la cabeza a la pared, dejando salir el aire contenido en mis pulmones. ¿A caso había perdido la razón? Ni siquiera era consciente de qué estaba haciendo, o de si aquello era posible. Incluso si fuera un sueño o una jugarreta de mi propia imaginación, era rarísimo pensar así de Lauren Jauregui, mi mejor amiga. Aquello era una aberración; una afrenta a tantos años de amistad. Sí, era cierto que hubo una etapa en la cual mi vista se perdía en sus hermosas facciones, en las curvas que la pubertad ayudó a forjar, en el verde centellante de sus ojos. Pero jamás se había cruzado por mi mente una escena como la que acababa de protagonizar.
La lluvia había cesado unos minutos atrás, sin embargo, preferí regalarme un par de segundos más para acoplar mis descompasados latidos y mi estrepitosa conciencia.

La alarma me asustó a tal punto que di un brinco que me sacó de la cama. No de la mejor manera para otros, pero por suerte yo contaba con una buena protección trasera. Las manos de Lauren tocándolo la noche anterior llegaron raudas a mí, no obstante, agité la cabeza de inmediato para que ese déjà vu se marchara de la misma forma en que había llegado. Entré a la cocina en busca de la morena, aunque sabía que lo mejor era alejarme de ella. Pero la maldita necesidad de verla a diario era más fuerte que cualquier estrategia de control de enfermedades mentales que me hubiese trazado. Extraje una caja de zumo de naranja de la nevera y tomé un plátano que adornaba el centro de mesa siempre y cuando yo no estuviese cerca. Caminé despacio para no alertarla de mi presencia, debía preparame antes. Estaba sentada en la alfombra con Gracie entre sus piernas, justo como el día anterior.

- Hey. – Saludé una vez que logré detener a mi desbocado corazón. Ella elevó una ceja a modo de saludo. – ¿Podemos hablar?

- ¿No aclaramos lo suficiente anoche? – Su interrogante no estaba teñida de cinismo, sino que había adquirido un tono neutro aunque un poco recriminador.

- No quise decir eso sobre ti. – Acepté en voz baja.

- ¿Cuál de todas las cosas? – Frunció el entrecejo como si de verdad estuviese buscando una respuesta. – De seguro vas a replantear tu visión sobre mí. Ya no seré tu amiga la puta, ahora me vas a designar como tu amiga meretriz. ¿No es así?

- Dejamos de practicar el sarcasmo la una con la otra hace mucho.

- Claro, ahora practicamos cómo besar chicas la una con la otra. – Rebatió, lanzándome dagas con sus fanales.

Nuevamente éramos interrumpidas, no obstante, agradecí no tener que responder a eso. Me sentía demasiado perdida con todo lo que estaba sucediendo como para sobrecargar a mi cerebro. Era difícil seguir el ingenio de la ojiverde. Tras la madera se hallaba Ally. Si mi día no había empezado ni remotamente bien, estaba a punto de empeorar.

- ¿Qué haces aquí? – Prácticamente escupí, necesitaba liberar mi frustración y quién mejor que la persona con la que llevaba una semana sin hablar después de haber discutido.

- Vine a verte, Camila. – Dijo con voz firme.

- Ya lo has hecho, puedes marcharte. – Estuve a punto de cerrar la puerta, mas una mano haló en dirección contraria.

- ¿Esa es manera de tratar a Ally? – No me asustó el tenerla prácticamente encima de mí, ya me estaba acostumbrando. A lo que nunca me acostumbraría sería a la manera de tratarme como si fuese su hija.

𝓓𝓸𝓷'𝓽 𝓨𝓸𝓾 𝓡𝓮𝓶𝓮𝓶𝓫𝓮𝓻Where stories live. Discover now