—Ella se ha ofendido a sí misma al entregarse a un hombre con el cual no está casada, ni siquiera en planes de compromiso. Dañó su imagen y nosotros solo intentamos remediar un poco su error.

—¡Yo no he cometido ningún delito! —Lo enfrenta por fin.

—Muchos hombres creemos que sí.

—Entonces no merecen llevar ese título. No son más que bestias con mentes retrógradas.

—No intente culpar a otros por juzgarla ante ese acto inmoral que ha cometido.

—Usted tiene pareja en Lacrontte, Mercader. —Alzo mi voz con rabia —. Lo comentaron en el primer encuentro que tuvimos ¿no es así?

—Esta en lo correcto.

—Siendo ese el caso ¿Cómo se atreve a señalar a mi hermana cuando usted le fue infiel a su novia en el palacio de los Denavritz? Y espero no salga con la excusa que por ser hombre se le tiene que eximir de responsabilidad.

—Vine aquí por su deuda no porque necesite su opinión.

—Entonces le pediremos lo mismo —interviene mi padre —. Resérvese la suya.

—Familia Malhore, están a punto de hacerme enojar. Sin embargo, y para dar fe de mi bondad les propondré otro trato. Si reúnen los doscientos mil Tritens que me deben antes del miércoles, que es cuando parto a Lacrontte, les devolveré a su hija Liz, de lo contrario no se moleste en buscarnos a menos que vayan a visitarla en su nueva vida de casada.

Se abalanza sobre mi hermana para intentar tomarla del brazo, no obstante, ella se aparta con agilidad, levantándose de la mesa y yendo a la espalda mi padre en busca de refugio.

—¿Cuántas veces tengo que repetirle que no se la llevará? —Papá golpea la mesa, enojado.

—No lo estoy pidiendo su autorización para hacerlo, porque no la necesito.

—¿Cree acaso que puede pasar por encima de mí y que permitiré que haga con mi familia lo que se le dé la gana?

El verdín de su mirada si oscurece al darse cuenta que no cederemos ante la presión y es entonces dónde se inclina y en un acto de  desesperación me hala hacia él, aprisionándome entre sus brazos.

—Será una o la otra —sentencia colérico —, pero voy a llevarme conmigo a alguna malhore. Pensándolo bien puede que si tomo a Emily, Stefan pague la deuda por ustedes y eso me ahorre tantos problemas.

Mia comienza a gritar, soltando alaridos que desgarrarían cualquier garganta. Vuelca su silla en el piso con agresividad, provocando que El Mercader afloje su agarre y pueda escaparme.
Lo hago. Me escabullo hasta el otro lado de la habitación y es mi madre quien me recibe, protegiéndome.

—¿Qué te pasa? —El hombre le reclama.

—Váyase de mi casa. —Ruge ella de vuelta.

—Haré que el banco les quite este lugar si no me pagan en este instante.

Los golpes en la puerta irrumpen la discusión y es Mia quien corre hasta ella para abrirla, sin importarle quién pueda estar del otro lado.
Supongo que imagina que cualquier persona que llegue es mejor que el monstruo que está adentro y tiene razón.

Para nuestra buena suerte es el general quien camina por la sala en el típico traje militar de Mishnock. Las medallas relucen en su pecho y el escudo del reino parece señalar con ira al mercader.

—Buenas tardes, familia Malhore. ¿He llegado en mal momento?

La escena que ofrecemos debe decir más que suficiente, pero aun así Mia se lo reafirma.

El perfume del Rey. [Rey 1] YA EN LIBRERÍAS Where stories live. Discover now