Capítulo 5

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Mi familia se formó de una manera un tanto convencional, la típica familia feliz de las películas compuesta por mamá, papá y dos hijos, la mujer y el varón. Mi padre había montado una empresa de seguros con un amigo y se había convertido en una de las más populares de la ciudad y mi madre, era una Profesora de Geografía, apasionada por su materia. 

Pero la familia feliz no duró demasiado. Una tarde que recuerdo gris y lluviosa, mi padre nos citó en el salón de la casa que me había visto nacer. 

La ingenuidad que cargaba a mis ocho años, me llevó a pensar que nos esperaba una "noche de cine" como habíamos apodado la rutina de cada jueves en la que nos dejábamos caer en el gran sillón del living a mirar películas y abatir nuestro sistema digestivo con pochoclos. 

La noche de cine, como una película de terror donde todo está bien y de repente el cielo se oscurece y todo empieza a salir mal, se convirtió en una charla en la cual nuestro padre nos informaba, con todas las precauciones y de la forma menos brusca para dos niños de ocho y trece años, que mi madre ya no volvería. 

Recuerdo que nos pidió que no preguntaramos nada, que con el tiempo nos contaría más. 

Así, sin demasiadas explicaciones. 

Hacía días que mi madre no regresaba a casa, y ante las preguntas, la respuesta escueta era que se había ido de viaje por una urgencia. 

Asentí sin emitir una sola palabra. Pues a pesar de haber quedado atónita con la noticia, a pesar de mi dolor, de la decepción por haber ubicado a mi madre en un pedestal del que se esfumó sin dejar rastros, con tan solo ocho años viviendo en este mundo, supe entender el dolor que mi padre estaría atravesando, lo ví en su mirada. Una mirada que días atrás destilaba alegría y felicidad, se había vuelto vacía y sin vida. 

Años más tarde, con el condimento de la suposición y algún que otro rumor, supe que mi madre había huido con otro hombre. Otro hombre con el cual podría haber compartido su vida al mismo tiempo que sus hijos. 

Separarse de mi padre no incluía separarse de sus hijos, el amor de pareja atravesaba un camino distinto al amor por la familia, pero dadas las circunstancias, era un pensamiento que ella no compartía. 

Nunca entendí el motivo, pero en cuanto supe la razón, ya no sentí dolor. 

Sentí bronca. Ira. Enojo. Decepción. Lo suficiente para olvidar quién había sido. Borré su existencia de mi mente para dejar de sentir lo que en algún momento llamé dolor. 

A partir de ese día, fuimos una familia de tres. Unidos como siempre. Nuestras noches de cine siguieron celebrándose cada jueves por la noche. 

Mi hermano con tan solo trece años y su necesidad de contenerme, entendió mis tiempos y respetó mi espacio, pero se aseguró de que supiera que tenía lugar seguro a dónde recurrir cuando lo necesitara. 

El corazón de mi padre probablemente estaría sintiendo el vacío más profundo y menos esperado de su vida. Pero con el pasar de los años aprendió a vivir con ello y al día de hoy, me arriesgo a creer que ya no siente dolor, aunque nunca apareció una nueva mujer que robara su corazón para cuidarlo como lo merece.

Se parecía al océano Donde viven las historias. Descúbrelo ahora