—¿Qué pasa, leoncito?— balbuceó aún entre despierto.

Ismael feliz se acercó a darle un beso con todo el gusto del mundo. Gael se sonrojó y se quedó con la misma expresión hasta después de aquel gesto.

—Llegamos, pequeño— presionó un par de botones en el panel de la puerta. Levantó los seguros y se abrió el maletero. —. Anda, hay cosas que hacer hoy.

—Cuando dijiste que sería un día tranquilo, pensé que no haríamos nada— decía mientras se quitaba el cinturón de seguridad.

—Gael, soy yo— se puso una mano en el pecho. —. Tranquilo y yo, no vamos en la misma frase.

Salieron a la par para sacar todo lo que compraron para su estadía. Ismael subió los tres peldaños de tronco para llegar al pequeño balcón donde había muebles y una mesita chica. De frente a dónde estaba, vio el portal. Dejó la bolsa de tela en el suelo para poner la llave en la ranura. Sintió a Gael quejarse por llevar la cava con hielo y las carnes para hacer la parrilla. El rubio no pasó. Esperó a sentir el golpe de plástico que su novio hizo sobre la cerámica del piso con el contenedor. Ismael lo vio jadeando cansado. Se sonrió cuando se sentó sobre el objeto.

Lo cargó como si fuera algo delicado y entró a la comodidad del lugar. De golpe se vio un sofá frente a una chimenea de bloques rojos, una cocina pequeña y dos puertas. La primera que abrió era el baño, se corrió un par de pasos y abrió la siguiente. Había una alcoba también pequeña con una cama de dos plazas. Se tiró allí con el pelirrojo. Se rieron a la par de los resortes viejos rebotando. Gael le quitó las gafas de sol y se sentó en sus caderas. Ismael se acomodó para dejar su cabeza en las almohadas duras.

Sobre aquellas sábanas rasposas, en el calor de ese encierro y con intensa pasión, decidieron que era buen momento para enredarse entre sus brazos. No solo resonaba la cama, los pequeños ecos de sus labios al chocar tomaron su debido protagonismo. Dos pares de manos inquietas que no conocían de límites, se pasaban por debajo de la tela.

—Los encontré, Jerald— se detuvieron de golpe y miraron con asombro a Eda parada en la puerta. —. Ustedes no pierden el tiempo, ¿verdad?— se sonrió. —Isma, parece que hubieras visto al tío Jacob.

Así se llamaba el padre de Ismael.

—¿Vas a seguir mirando allí parada o...— preguntó Ismael con las manos sobre el trasero redondo del pelirrojo.

—¡Ismael!— Gael se levantó rápido de la cama para salir de allí.

Se sorprendió al ver a un joven moreno de pie en la sala, con el cabello crespo, era de su misma altura y conversaba con Jerald que estaba sentado en el sofá con otra persona de cabello rosa. Quiso acercarse a saludar cuando vio llegar a Walter y a Amir con sus cachorras en brazos. Se veían adorables ahora que tenían seis meses de edad.

Corrió con la pareja para abrazarlos con mucho cariño. No dudó en darles besitos al par de mellizas en sus mejillas regordetas, haciéndolas reírse y estremecer. Ambas tenían los ojos plateados como su padre, apenas tenían un montoncito de cabello levantado como un mechero con un lacito brillante.

—Están enormes— decía el pelirrojo.

—Hola, Ismael— Gael se sobresaltó al sentir el choque del cuerpo del rubio contra el suyo.

—Por fin las traen en brazos— dijo juntando las manos. —... Aunque— se puso un dedo en la mejilla.

—¿Qué?— Amir entrecerró los ojos.

—Están muy abrigadas, estamos en la playa, o sea.

—Sí, hay mucho sol— le pasó de largo a la pareja para detenerse en el portal abierto. —. Deberías ayudar a Walter a bajar el corral de la camioneta.

Negociando con el Corazón || Original - #OmegaverseWhere stories live. Discover now