02| Manera de cagarla número dos: pensar con la cabeza de abajo

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Me siento sobre la cama con dificultad y suelto pequeños jadeos en el acto. No puedo verme, pero no necesito hacerlo para saber que estoy hecho una mierda. No solo lo estoy, también me siento de esa manera. Llevo mis manos hacia mis sienes y las acaricio con suavidad. Necesito una aspirina. Mi cabeza está a nada de explotar y la culpa que siento no ayuda en nada.

En eso, la puerta de mi habitación se abre de golpe y el ruido que hace al chocar con la pared no coopera con mi pésimo humor. Cierro los ojos un momento por la irritación. Quien sea que haya entrado espero que sea por una muy buena razón. Junto las cejas, abro los ojos de nueva cuenta y giro la cabeza para ver. En el marco de la puerta está mi hermana, Lana, tiene puesto la ropa de marinero, su favorita, y su cabello rubio está recogido en una pequeña coleta. En sus manos tiene el tractor que le regalé en su cumpleaños. Me da una mirada llena de recelo.

A pesar de que me siento horrible, trato de sonreírle. Bajo mis manos hacia mi regazo y finjo que no siento como si un tubo estuviese perforándome el cráneo.

—Mamá dice que vayas a la tienda —avisa, aferrándose a su carro de juguete, acto seguido, olfatea mi habitación y arruga la nariz—. Hueles a culo.

—Lana —digo su nombre con advertencia, conteniendo las ganas que tengo de reír. ¿De dónde aprendió a decir esa clase de cosas?

—¡Así dices tú!

Se defiende, señalándome con su dedo. El reproche en su voz es más que evidente. Parpadeo y muerdo mi mejilla interna para retener la carcajada que quería escapar de mis labios. Vale, debí suponer que lo aprendió de mí. No soy el mejor ejemplo a seguir.

Trato de mantenerme serio como el hermano mayor que soy.

—¿Qué hemos dicho de no repetir lo que yo digo?

—Que no debo hacerlo —responde en un susurro, culpable. Asiento de acuerdo con lo que dice, pero entonces, frunce el ceño y me ve molesta—. Y tú dices que no vas a volver a decirlo, pero lo sigues haciendo. ¿Por qué yo no puedo seguir diciéndolo, pero tú sí? Eso no es justo.

Abro la boca y la cierro de nuevo. Balbuceo un instante en tanto pienso en una respuesta coherente, no obstante, nada se me viene a la cabeza. Me he quedado sin argumentos contra una niña de cinco años.

Y lo peor es que ella está en lo cierto.

—Es verdad, perdón, no volveré a decirlo nunca más —termino dándole la razón a lo que ella sonríe mostrando sus dientes y el espacio que hay entre dos de ellos porque se le ha caído uno. El corazón se me encoje de lo tierna que es. Le devuelvo la sonrisa—. Dile a mamá que bajaré en un rato. Me cambiaré.

—Hazlo rápido porque sí hueles a cul... horrible —sincera y se cubre la nariz con su mano—. Eww, báñate con cloro.

Maldita niña del demonio, olviden lo que dije, ya no me parece tierna. Odio su honestidad.

Hay niños que son sinceros y luego está Lana diciéndome que huelo a culo. Tenía que ser una Miller.

Debo empezar a cuidar lo que digo delante de ella a partir de ahora.

Pongo los ojos en blanco y le lanzo una de mis almohadas para que salga de mi habitación. Ella sale corriendo, riéndose. Sin poder evitarlo yo también lo hago y al hacerlo, el dolor en mi cabeza aumenta. Maldigo en voz alta y llevo mis manos a mis sienes de nuevo. En verdad que quiero matarme de lo pésimo que me siento. La próxima vez que alguien me invite a una fiesta voy a negarme, no quiero ni necesito pasar por esto una vez más, no importa cuán estresado o molesto esté, no lo vale.

Sin pensarlo más tiempo, me levanto de la cama con dificultad y voy directo hacia uno de los cajones de mi escritorio. Ahí tengo algunas pastillas y medicamentos que uso cuando me siento mal. Busco entre todas las cajas y jarabes con desesperación hasta que doy con la aspirina. Eureka.

Una maldita confusiónWhere stories live. Discover now