11. La amistad que me ofreciste cuando estaba solo en el mundo.

Beginne am Anfang
                                    

—Joder, qué horror —bramó tras erguirse. Jamás lo había visto tan consternado.

Acto seguido se dio la vuelta y me miró, pero ni siquiera tuvo la intención de saludarme. Simplemente emprendió de nuevo la marcha con unos pasos más erráticos que los míos.

•••

Al llegar al Tereshkova me crucé con un montón de chicos que festejaban que aquel era el último día de clases antes de las vacaciones de invierno. Toda la jornada escolar estuvo marcada por un ambiente festivo de lo más contagioso: mis compañeros cantaban con alegría y se regalaban dulces para desear un feliz año nuevo, mientras que los profesores optaban por dejarnos descansar y ponernos películas antiguas. Cuando sonó la campana que anunció el comienzo de las vacaciones, mis compañeros se arremolinaron frente al despacho del profesor de Matemáticas; íbamos a recibir el boletín de notas y los nervios eran más que evidentes. Me coloqué el último en la fila que se formó, metí las manos en los bolsillos y observé con desdén como cada uno de los alumnos entraba en el despacho con cara de susto y, a los dos minutos, salía con un papel en las manos y un gesto de alivio bastante notorio.

Aunque intentaba mostrarme despreocupado, en realidad no dejaba de preguntarme cuántas asignaturas había aprobado, si es que había aprobado alguna. Estaba bastante nervioso; que mis vacaciones fuesen pacíficas dependía de un papel que reflejaría mi rendimiento a lo largo del semestre.

Durante un instante me imaginé lo que sucedería si suspendía todas las asignaturas y un escalofrío recorrió mi cuerpo. Después, pensé en la hipotética posibilidad de que hubiese aprobado todas las materias y, entonces, una sonrisa se dibujó en mi rostro: mi padre me felicitaría y mi madre me prepararía mi comida favorita durante una semana.

Negué con la cabeza para borrar aquella absurda idea de mi mente; si ellos se comportaran así, no serían mis padres. Simple.

Suspiré y posé la mirada en el suelo. Ya había perdido las esperanzas de que sucediese cualquier milagro cuando, de pronto, unas voces captaron mi atención. Yuliya salió del despacho agitando su boletín de notas mientras gritaba de alegría. Nadie necesitó preguntarle por qué actuaba así, ella misma nos aclaró a voces que había aprobado todas las asignaturas, incluso Historia, la materia con la que había tenido bastantes problemas por culpa de los trabajos en grupo. Minutos después también salieron del despacho Yerik y Nikolai. El primero había tenido un aprobado raspado general, al igual que su amiga. El segundo, por su parte, solo había suspendido tres materias: Literatura, Artes y Física. Tras terminar de comentar sus resultados, llegaron a la conclusión de que se había obrado un milagro.

Aquel suceso fue más que suficiente para darme esperanzas. Cuando llegó mi turno, entré en el despacho sujetando con fuerza mi colgante y me situé frente al señor Pável. Él me saludó, pero yo no le devolví el saludo. Recogí el boletín y le eché un vistazo a las notas con fingida indiferencia mientras el profesor vigilaba cada uno de mis gestos.

Dos segundos fueron más que suficientes para matar todas mis esperanzas. Inmóvil, asimilé la cruda realidad de que había suspendido todas las asignaturas excepto Deportes y Matemáticas, en la cual tenía la máxima calificación. En ese instante pensé en sentirme triste, frustrado o cansado; la amalgama de sentimientos que sufriría cualquier persona que acababa de fracasar en una de las múltiples pruebas que le presentaba la vida. Sin embargo, en vez de eso, sentí miedo.

Un sudor frío recorrió mi espalda, apreté con fuerza el papel y posé mis ojos en los de Pável, que mantenía su gesto sereno y su estúpida sonrisa comedida. Su actitud animada me resultó hiriente y distaba demasiado del huracán de negativismo que se estaba formando en mi interior.

Los monstruos no existen en el cielo.Wo Geschichten leben. Entdecke jetzt