11. La amistad que me ofreciste cuando estaba solo en el mundo.

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Aquella fría mañana del día 20 de diciembre, ocurrió algo que quedaría grabado para siempre en mi mente, un suceso que me atormentaría en forma de pesadillas durante mucho más tiempo del que me atrevería a reconocer

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Aquella fría mañana del día 20 de diciembre, ocurrió algo que quedaría grabado para siempre en mi mente, un suceso que me atormentaría en forma de pesadillas durante mucho más tiempo del que me atrevería a reconocer. Recorría el camino pedregoso en dirección al instituto Tereshkova cuando, al llegar a las proximidades del puente más grande del río Vorhölle, vislumbré en sus orillas a un grupo de personas. Me acerqué a ellas para saciar mi curiosidad sin importarme que mis botas se mojaran al pisar la hierba húmeda. Algunos hablaban entre murmullos, como si les asustara levantar la voz. Otros mantenían un solemne silencio. Distinguí entre ellos a varios alumnos de mi instituto; uno era Nikolai. Entonces, mi curiosidad se convirtió en preocupación tras percatarme de la presencia de su padre, que iba vestido con el uniforme de la policía —a la que también llamábamos milicia—. Dos agentes lo acompañaban.

No tuve tiempo de sacar mis propias conclusiones de lo que estaba sucediendo, porque al llegar a donde se reunía la gente, el frío que calaba mis huesos hasta el punto de causarme dolor se convirtió en una sensación insignificante comparada con el inmenso pavor que dominó mi ser.

Ante mí se encontraba el cadáver de un hombre que boyaba boca arriba, semidesnudo. Su cuerpo morado estaba tan hinchado que su pantalón le apretaba la piel formando unos pliegues grotescos alrededor de la cintura. Había una cuerda rota atada a su pierna, lo que me hizo entender que se provocó la muerte por ahogamiento usando un peso. Me fijé en su cara, en sus labios azulados y en sus ojos abiertos que contemplaban el cielo como si su último deseo hubiese sido llegar allí arriba a pesar de la cruda realidad: la de que el Paraíso no existía. Sin embargo, no fue aquel horrible detalle lo que más me perturbó, sino el hecho de reconocer ese rostro inexpresivo como el del hombre que, días atrás, me había increpado a las puertas de la fábrica de conservas.

—Pobre desgraciado —murmuró una mujer que se abrazaba a sí misma y parecía visiblemente afectada—. Nunca pudo superar la muerte de su hija, por eso se suicidó.

Aquel comentario les sirvió de incentivo a las demás personas para comenzar a hablar entre ellas. Les escuché comentar que el señor llevaba una semana desaparecido, que desde que su hija había fallecido hacía ya un año por culpa de una neumonía agravada por su frágil estado de salud, se sumió en una honda tristeza de la que fue incapaz de recuperarse.

 Aquella trágica historia me sorprendió; que alguien fuese capaz de amar a su hijo hasta el punto de quitarse la vida por culpa de su ausencia me resultó incomprensible. Fue ahí cuando me hice una pregunta: si yo tuviese descendencia, ¿sería capaz de amarlos con esa intensidad?

No medité una respuesta, no me dio tiempo; el padre de Nikolai y sus compañeros nos alentaron a marcharnos para poder continuar con su trabajo, así que retomé el camino al instituto. Mi mente no dejaba de darle vueltas a aquella terrible visión, pero yo no era el único afectado por lo sucedido; cuando Nikolai se alejó del lugar, apoyó las manos en las rodillas y contuvo una arcada. Después, escupió en la hierba y se frotó la cara.

Los monstruos no existen en el cielo.Where stories live. Discover now