Obviamente yo entendí a lo que su sarcasmo hacía referencia, pero lo ignoré.

—Eso lo explica todo —le dije sin mucho entusiasmo.

—¿Y a ti, si te gusto? —me soltó sin más. Con cierta dureza en su tono de voz, me miró con los ojos entornados y contrariedad.

Por instante una oleada de pensamientos me nubló la mente y me impidió decir algo mejor. —¿Que cosa? — pregunté por si me equivocaba. Mi voz sonó débil.

—¡Ella! —soltó claramente haciendo referencia al beso de esa noche, mi expresión cambio drásticamente eso sí que no me lo esperaba. El punto era como lo sabía. Aún así me matuve sereno y no demostré pesar.

—¿Cómo lo supiste? —intenté indagar antes de responder a su reveladora pregunta.

—Los chismes corren rápido, ya sabes —se encogió de hombros —. Pero tú aún no me respondes Dani, ¿te gusto o no? —habló duro, sentí cierta exigencia en su tono de voz para que yo le contestara.

—Tampoco me interesa —le aclaré finalmente.

—No te interesa pero si quieres cogertela —asumió con burla.

—¿Eso piensas? —lo rete con una amplia sonrisa.

—No se que pensar, dímelo tú —hizo un gesto pensativo, encogiéndose de hombros.

—Tiene buen trasero y unas grandes tetas pero no, ni borracho me la cogería, creo que también se lo he dejado más que claro, no soy el tipo de chico que anda por la vida prendiendo boilers para después no meterse a bañar —le lanze esa piedrada.

Erick soltó una risa que casi sonó armoniosa como si le hubiera dicho algo muy absurdo. Luego dejo de reír de golpe, carraspeó la garganta y habló —. A ella no pero tú amiguita sí —mencionó con cierta picardía y su sonrisa se formo intimidante. Como si me estuviera reprochando ese hecho.

Por un instante y más que nada por la tensión del momento había olvidado que no solo me había besado con Esbeide, lo que si no podría olvidar era que el beso de Villery si me había gustado. Así que aproveche la ocasión para restregarselo en la cara a Erick. Quería ver hasta que límite podíamos llegar con estos celos indirectos que ambos nos lanzabamos.

—Quizas a ella sí —le confirmé sonriente y a la vez con malicia.

—No te creo —resopló con una diversión forzada. Se levantó de la cama y se acerco rápidamente con grandes pasos a mi anatomía. Cuando pude reaccionar ya lo tenía enfrente intimidandome con esos ojos negros profundos.

—¿Porque? —alegué.

—Porque la única persona que te gusta soy yo —me aseguró con firmeza. Al tenerlo tan cerca me sentí atrapado. Paso sus manos por arriba de mis hombros recargandolas al armario, en un movimiento ágil para atrapar a su presa y no dejarla escapar.

—¿Que crees que haces? —me quejé en un falso gesto de disgusto por su atrevimiento. Para nada me disgustaba tenerlo cerca y poder observarlo a detalle. Pero eso sí, su cercanía me intimidaba me hacía sentir vulnerable ante sus encantos.

—Tu que crees —murmuró acercándose más.

—!Basta Erick¡ —exclamé de pronto, rojo como un tomate. Estábamos en contacto, en una cercanía peligrosa.

—No quiero —dijo en una voz ronca.

—Ya, suficiente —expresé esquivando y apartando sus manos. Lo intente pero el no me dejó ir, lo evitó y volvió a quedar atrapado en sus brazos. Al caer en cuenta que no tenía escapatoria me quedé quietos respirando un poco agitado.

—Quiero besarte —confesó en un susurró, con la mirada fija en mis labios. Traté de calmarme, respiré hondo. El me observaba detenidamente, sentía todo el peso de esos ojos negros sobre mi. Intenté esquivar su mirada, pero no pude porque debía admitir que se veía jodidamente sexy. Sus ojos brillaban con deseó. El peligro había aumentado y debía hacer algo al respecto, me escabulli por debajo recurriendo a la fuerza para salvarme, pero su agilidad me superó. Volvió a encerrarme entre sus brazos y está vez estando más cerca podía sentir su cuerpo y el calor que emanaba del mismo. Ahí supe que no tendría escapatoria. A menos de que un milagro pasara. Y está vez lo de la cucaracha no me funcionaría. Solo me quedaba pedirle por una vez más que parara.

—Se un amigo de verdad, y trátame mal —alegué con una nota de súplica. Lo mire con severidad.

—“amigo” ya no podemos ser solo amigos —me corrigió con firmeza.

—Por lo menos yo lo estoy intentando —refuté, igual de desafiante.

—El caso es que ya no quiero seguir intentandolo, ya no puedo —recalcó. Su respiración se aceleró, me sujeto la cara con una mano y me besó sin más. Sus suaves y finos labios hicieron contacto con los mios, y no me queje. Perdí toda noción del tiempo, lugar, y espacio. Era lo que había estado esperando, deseando en mi interior, durante todo este tiempo, y por fin lo recibía. Le respondí el beso instantáneamente. Su beso no fue suave ni romántico, si no demandante, apasionado, y posesivo justo como me lo esperaba. La manera en que abrió mis labios fue exigente pero astuta, tanto como para ni siquiera pensar en rechazarlo. Succionó mi labio inferior con agilidad para terminar en una mordida. En el momento en que sus labios se despegaron de los míos, nos miramos fijamente como si el me pidiera permiso para continuar. Pero yo me negué. Teníamos que detenernos ya.

—Hemos cruzado la línea entre lo que debemos y lo que deseamos —apenas y pude pronunciar cesando.

—Lo se, debo irme — habló con sensatez.

Los dos conteniendo todo ese deseo por seguir hasta el último punto. Con todo pesar logramos detenernos a tiempo.





DIECIOCHO MOMENTOS Where stories live. Discover now