Prólogo

233 30 39
                                    

Undo - Sanna Nielsen

Oops! This image does not follow our content guidelines. To continue publishing, please remove it or upload a different image.

Undo - Sanna Nielsen

«La luz del sol iluminaba el parque por completo

Oops! This image does not follow our content guidelines. To continue publishing, please remove it or upload a different image.

«La luz del sol iluminaba el parque por completo. El sonido de las aves, de los niños jugando, de las risas de las personas. Las cometas en el aire y las gaviotas. El olor a verano. El mejor verano de todos.

Todo era paz, todo era perfecto. Y solo existían ellos dos. Él y ella. En un mundo tan ideal que parecía mentira. No podía ser posible que después de todo el dolor que él había atravesado ahora pudiera estar a su lado.

A ella le gustaba pensar que lo había ayudado un poco. Que conocerlo había sanado en algo su corazón. Pero eso nunca lo sabría, dudaba que él alguna vez se lo confesara.

Andrew actuaba de formas tan misteriosas que parecía arte, eso era lo que Dominique pensaba todo el tiempo. Para ella él era eso: un lienzo con tantos colores tan parecidos entre ellos que le costaba distinguirlos.

Ella observó sus ojos oscuros, la forma en la que la luz del sol jugaba con su cabello ámbar, mientras él sacaba los platos de la canasta de picnic. Adoraba mirarlo, y sabía que él hacía lo mismo cuando no lo estaba viendo, casi tanto como acariciarlo, como besarlo, como sentirse cerca de él. La inspiraba a dibujar, sus colores le daban ideas infinitas; siempre que pasaba un rato con él llegaba a casa con mil ideas para pintar. Él era su musa.

—Olvidaste las galletas —dijo entonces él, sacándola de su trance—. ¿Cómo pudiste olvidar las galletas? Si Cailye las ve no existirán para cuando regrese.

Ella soltó una risa que se oyó en todo el parque. Algunos ojos curiosos los observaron un segundo, a la pareja que descansaba sobre una manta en una de las colinas del parque, bajo la sombra parcial de un árbol de manzanas.

—Prometo prepararte más cuando regresemos —le contestó ella con dulzura—. Y haré suficiente para ambos, así no se pelearán por ellas. Ambos son tan malcriados cuando se trata de galletas que parecen dos niños de preescolar.

Una extensa y agraciada sonrisa apareció en el rostro del chico. Suave, natural, genuina. Era la segunda cosa que más amaba físicamente de él: su sonrisa. La primera eran sus ojos, oscuros pero expresivos. No hacía falta que hablara para saber lo que pensaba; solo bastaba una mirada.

Kamika: Dioses SupremosWhere stories live. Discover now