Capítulo 1. Había una vez en una tierra cercana...

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El olor de las galletas inundó la panadería de mi padre, estaba terminando de amasar los bollos entrando el dulce aroma por mi nariz. Cada mañana el pan recién horneado relucía en los estantes y deleitaba la pupila de todos nuestros clientes. Esta vez no sería la excepción, acomodé todos los panes dentro de los estantes, pero esta vez las personas no se acercaron como de costumbre, esperé un poco pero no pasó nada, la gente pasaba de largo sin ni siquiera voltear la mirada. Todo el mundo se estaba congregando hacía la fuente de los enamorados.

Salí de la panadería, para ver qué ocurría a pesar de que en el fondo mi padre insistía que me quedará adentro, camine hasta la glorieta del sol donde terminaba la congregación de todas las personas del reino. En el centro, en la lejanía, de pie detrás de la fuente de los enamorados en la pizarra de anuncios reales, estaba el señor Cobblepotts, el cobrador de impuestos, pegando muchos anuncios de interés, había tres en específico que estaban captando la atención de todo el mundo, el primero era sobre la típica recaudación de impuestos; incrementó un 1.5% más que el mes pasado, las quejas y los bullicios no tardaron en llegar.

El otro anuncio era sobre el baile de compromiso de la princesa Elizabeta que sería dentro de dos semanas y el último era sobre la recompensa para cazar a una bestia que estaba acechando alrededor del reino. Esto último hizo que los cuchicheos por el primer anuncio disminuyeran.

Las personas cuchicheaban entre sí sobre los tres anuncios, algunos seguían quejándose sobre lo injusto que era el incremento de impuestos, los jóvenes y solterones alardeaban de que irían al baile de la princesa para cortejarla, enamorarla, gastarse su dinero y hacerse reyes, otros más decían que encontrarían a la bestia, le meterían un  tiro en la cabeza y la traerán en una lanza, todo me parece una pérdida de tiempo, me arrepiento de no haber escuchado a mi padre, así que decido volver a la panadería, hasta que escuchó una voz dulce que me detiene.
- Red, Red - dice Joy Pettris, viéndome con sus grandes ojos cafés llenos de ternura. Vestía una túnica sucia y gris un poco grande para su edad, iba descalzo y sus uñas estaban sucias.

- ¿Qué ocurre enano? - le pregunto al pequeño Joy frotándole la cabeza cuando se acerca.

- Mi mamá dice que aquí está el dinero del pan que te debía - dice extendiéndome dos monedas de plata.


Aquel dinero era justo del pan que nos debían desde hace un mes, pero no lo habían podido pagar porque el papá de Joy acababa de morir de Tifus. Al ver la ropa que llevaba el niño podía entender que aún no se recuperaban económicamente del todo, que importaban unas monedas para el pan cuando se pueden ocupar en cosas mejores.

- Ese pan era un regalo, dile a tu mamá que no nos debe nada - Le digo con una sonrisa sincera.

- ¿De verdad? - el niño me ve, ilusionado

- Si 

- Gracias Red, que Dios te lo devuelva mil veces más

- Adiós enano - Joy se va corriendo y desaparece entre la multitud. Vuelvo a sonreír y siento un vuelco en el corazón. La gente apenas tiene para comer y la corona decidió que era buena idea aumentar los impuestos.


Regresó a la panadería y en la entrada me encuentro a un montón de hombres con lanzas, machetes y palos, aceleró el paso hasta que llegó y me topó cara a cara con Alfie Wilde, hijo del carnicero y un bravucón desde que tengo memoria. Estaba de pie encabezando un revuelo que apenas si logró entender.

- ¡Alfie! - le gritó y él voltea confundido - ¿Qué rayos estás haciendo frente a la panadería de mi padre? - me abro paso entre los demás en medio de codazos y algunos empujones. Hasta llegar al frente donde está Alfie.

- Calmate Baker - dice Rufus, su fiel lacayo. Viéndome de arriba a abajo, frunciendo el entrecejo - Deberías estar agradecido con Alfie, en lugar de gritarle.

El canto del Cisne RojoWhere stories live. Discover now