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A mitad de la noche, el sonido de mi teléfono me despertó

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A mitad de la noche, el sonido de mi teléfono me despertó. Por suerte, no logró despertar a las chicas, porque probablemente se enfadarían. Me puse mis chanclas y bajé las escaleras hasta la cocina con el teléfono en la mano. Al mirar la pantalla, vi que era William, llamando a las putas cinco de la mañana. Le colgué. Ya que estaba en la cocina, me eché un vaso de agua. Mientras me lo bebía, William volvió a llamar, y ahí se lo cogí. 

—¿Se puede saber qué te pasa en la cabeza para llamar a las cinco de la mañana?

—Ábreme la puerta —reí y aluciné. 

—Dime que no estás en la puerta. 

—Ábreme o voy a empezar a chillar y a llamar al timbre. 

—William vete a casa. 

—Es la única forma que tengo de hablar contigo, si no, no vas a escucharme. 

Colgué, y antes de que montara algún espectáculo, abrí la puerta, y ahí estaba. Con una camisa de rayas blancas y azul marino y unos pantalones que le quedaban genial. La verdad es que William fuera con lo que fuese, siempre estaba guapísimo. Pero intenté apartar esa idea de mi mente, y me acerqué a él. 

—Vete a casa, por favor, es muy tarde —le rogué. 

—Tengo que hablar contigo, escúchame por favor. 

—Pero que sea rápido —me cogió de la mano, cogió aire y se puso a hablar. 

—No quiero que pienses en ningún momento que estoy siendo un arrogante. Lo que voy a decir lo siento de verdad y quiero que tengas claro esto —asentí con la cabeza—. Carla, yo nunca he tenido una relación. Yo no sé qué es tener pareja. Yo solo sé hacerle daño a las chicas, y aunque sí, en un principio quería acostarme contigo y ya, ahora no, ahora es diferente y tienes que creerme. 

—No sé a qué quieres llegar con esto —susurré—. 

—Carla, yo tampoco lo sé. Ni siquiera sé qué quiero, no tengo nada claro —me cogió suavemente de los hombros—. Yo ahora lo único que sé es que quiero hacer esto —y me besó. Y fue un beso tan lleno de ansias que yo supe que no era la única que lo quería. Yo sabía que los besos no se podían fingir. Ahí, en la puerta de la casa de Louis, me di el primer beso con William. Por el que llevaba soñando casi desde que lo conocí. Y cuando terminó de besarme, volví a acercarme a sus labios. Como si fuera un sueño. Como si no fuera real y no quisiera despertarme nunca. 

—¿Y ahora qué? —pregunté justo después de separarme de sus labios—. Yo no puedo darte lo que quieres. Y tú tampoco puedes dármelo. No estamos al mismo nivel, William, y sin embargo, te acabo de besar. Y sé que haciéndolo acabo de perder la poca cordura que me quedaba con respecto a ti —respiré hondo, y proseguí—: como te dije ayer, yo no puedo sentarme a tu lado viendo como hay otras personas en tu vida. Eso acabaría volviéndome loca. 

—Carla, mírame a los ojos —y alcé la mirada para encontrarme con la suya, y una vez más, que un escalofrío recorriera todo mi cuerpo—. Te prometo, que si tú entras en mi vida como algo más que un amiga, no pienso acostarme con otras personas. Te lo prometo, Carla. Pero yo no puedo prometerte algo serio, algo estable. Yo no sé hacer eso. 

—¿Tú quieres esto, William? —le pregunté—. ¿Tú realmente quieres estar detrás de alguien que prácticamente acabas de conocer? Y renunciar a lo que ha sido tu vida tanto tiempo. 

—Para mí, tú eres más que alguien que acabo de conocer —y me abrazó, y me retuvo en sus brazos muchísimo tiempo—. Llevaba sin sentir esto por nadie, años. Felicidad. Que me baste estar contigo, Carla. Me bastas. Me haces feliz, y me hace feliz imaginarme contigo de la mano por Londres, como el otro día —se separó de mí, y me miró fijamente—. ¿Y tú? ¿Qué es lo que quieres? 

—William, yo... desde que te conocí, solo ansiaba este momento. 

—Entonces lo sabía, sabía que te gustaba desde el primer día —William rio. Y después, volvió a besarme durante unos pocos segundos.

—Sí. Me gustaste el primer día, pero luego me di cuenta de que eras un niñato pijo y empecé a detestarte. Y ahora... Ahora no sé qué siento. Lo único que siento es que quiero estar contigo durante mucho tiempo y que me beses como lo acabas de hacer.

—Eso es fácil —me cogió en brazos y yo empecé a reír—. Quédate a dormir en casa. 

—Estás loco, ¿y qué les vamos a decir a todos? —me dejó en el suelo y me volvió a besar. 

—Qué mas da. Solo quiero estar esta noche a tu lado, y que hables conmigo —me abrazó—.

—Voy a dejarle un mensaje a Alli en el teléfono para que no se preocupen por mí —sonreí—. Vámonos. 

Y así William, me subió a caballito, y bajamos toda la tarde lo más silenciosos que pudimos. Sin demasiada suerte, la verdad. No parábamos de reír. Y cuando llegamos a la puerta de su casa, la abrió, y me cogió de la muñeca para que entrara rápidamente. Y ahí reímos aun más, y me empezó a besar estando yo en la pared. Me besaba y reía. Y yo también reía. Estaba feliz. 

—Subamos a mi habitación —y subimos, aún riendo. Lo miraba y reía. Y cuando me acosté en su cama, lo miré y seguí riendo—. Carlotta. 

—Dime, William —me acarició la cara. 

—Para mí, desde hace muchos días, eres la única —se acercó a mí—. Y te prometo que a partir de ahora, solo vas a existir tú para mí —William se enderezó, se quitó los zapatos, después la camisa y después los pantalones. Se quedó en calzoncillos y yo admiré lo perfecto que era. Y lo mucho que quería tenerlo entre mis brazos. Él se dio cuenta de que lo miraba, y con la cara seria, se acercó a mí, y una vez más volvió a besarme—. Carla, perdóname. Lo siento mucho. Te juro que voy a intentar mejorar. 

—Confío en ti, William. No me falles, por favor —él negó con la cabeza. Se acostó a mi lado, y me abrazó. 

—Estoy aquí. Y no me voy a mover en mucho tiempo. 

A la mañana siguiente, cuando desperté, no sabía qué hora era. Tenía a William a mi lado, durmiendo, guapísimo. Asi que lo miré, repasé una vez todas las facciones de su cara. Guapísimo, absolutamente guapo. Y no pude evitar no acercarme y darle un beso en los labios. Para mí, en ese momento, lo tenía absolutamente todo. Me sentía nerviosa. Hacía dos días no podía ni verlo. Y ahora no quería separarme de él. Era una sensación completamente diferente a lo que había sentido nunca. Con Niall sentía seguridad, estabilidad. Con William todo era nuevo. No teníamos una relación. No le había dicho que le quería y ni mucho menos él a mí. Todo lo habíamos expresado con miradas, con gestos, con caricias. Y me bastaba.

Sin embargo, el teléfono comenzó a sonar, y me sacó de la nube en la que estaba. Era Louis. 

—¿Louis? 

—Dime que no estás en casa de William, Carla. 

Enséñame ©Where stories live. Discover now