1. Familia de gatos

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—En realidad no estoy segura de cuál de los dos es el padre biológico de Dylan. Por eso vivo con ambos—Grecia explicó con toda la naturalidad del mundo.

A la mujer que la escuchaba, se le desencajó la quijada.

Yo volqué los ojos de manera inconsciente y me acerqué a tomar a Dylan de la mano.

—¿Eso es en serio? —la mujer se animó a preguntar después de unos segundos en los que quedó estupefacta.

—Sí, tenemos una relación de tres, así que el sexo es...—interrumpí a Grecia, tomándola del hombro antes que siguiera echando más leña al fuego.

—Un placer —le dije a la mujer a modo de despedida y casi a rastras me llevé a Grecia y Dylan por la calle, alejándolos de la entrada del preescolar.

—¿Por qué le dijiste eso? —le pregunté en voz baja.

—Porque es una entrometida, ¿qué le importa con quién vive Dylan? Desde que lo metimos a la escuela que somos el chisme de los padres. Inventan cosas descabelladas de nosotros, así que les doy lo que quieren.

—Esa no era una madre chismosa, era la nueva profesora de Dylan, le pregunta sobre su familia a todos los niños —le expliqué y ahora fue Grecia quien puso una expresión de incredulidad.

—¡¿Por qué rayos no me lo dijiste?! —me reclamó—. Tú también, ¿por qué no me dijiste que era tu maestra? —se dirigió al niño.

Él se limitó a encoger los hombros como respuesta.

—Fue gracioso —dije.

—Pues mañana tendrás que ir a decirle a la maestra que solo bromeaba. Yo no voy a poder mirarla a los ojos.

—Le diré que estabas ebria.

—Oh sí, eso ayudará mucho. Dylan no solo tiene dos padres, sino una madre alcohólica.

Tras una corta caminata llegamos al auto, una vagoneta grande y negra. Dylan se sentó atrás y lo ayudé a colocarse el cinturón de seguridad. Para tener cuatro años, era bastante grande y ya no cabía en su silla de seguridad.

Inmediatamente tomó su videojuego y dejó de prestarnos atención a mí y su madre.

—No me importa el resto de la gente, solo quiero que Dylan se integre. —Grecia me hablaba mientras ambos subíamos a la cabina. Ella al asiento del conductor y yo en el del copiloto, se sentía el ambiente pesado, así que abrí la ventana para que ingresara algo de aire. Velermo era una ciudad muy calurosa en diciembre.

—Si no le agradamos a los otros padres, dudo que dejen a sus hijos acercarse a Dylan —le expliqué.

—Supongo que tienes un punto, intentemos vernos normales. Tal vez así... ya sabes, lo inviten a fiestas —me dijo en voz baja—. Ayer fue el cumpleaños de una de sus compañeras, Dylan fue el único niño no invitado.

—Sí me invitaron —de pronto Dylan intervino, seguía con la mirada fija en su pantalla. Él hacía eso y por momentos lo olvidábamos. Lucía muy enfocado en una cosa, pero en realidad estaba atento y perceptivo a todo lo que ocurría a su alrededor.

—¡¿Cómo que te invitó?!

—Mary, ayer fue su cumpleaños y sí me invitó, fui el único del curso que no fue.

—¿Y por qué no me lo dijiste? —Grecia exclamó, volteando hacia atrás y desviando la atención de la carretera, por lo que tuve que tomar yo el volante.

—No quería ir —encogió los hombros.

—¿Y eso por qué? —le pregunté yo, devolviéndole a Grecia el control del auto.

ShiftingDonde viven las historias. Descúbrelo ahora