37. El día ha llegado.

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—¿A dónde? —pregunta ella, con curiosidad.

No le digo nada, tan solo la tomo de su muñeca y la llevo casi arrastras fuera de mi habitación. Mis hermanos están en sus cuartos o fuera de la casa, haciendo sabe Dios qué. Los pasillos están despejados, no se oye absolutamente nada. Algo extraño, a decir verdad. Conduzco a Darah hasta el sótano, que ya está preparado para una ocasión como esta.

—¿Me llevas al sótano? —pregunta ella, temiendo lo peor—. ¿Para qué o qué?

—Para matarte —digo con ironía, apretando el agarre para que acelere el paso.

Mi paciencia poco a poco se va esfumando, quiero atarla, ponerla únicamente a mi disposición e inmovilizar todos sus movimientos. Anhelo besar cada centímetro de su piel, morderla, dejándole marcas que estarán ahí, gravadas en su piel durante varios días. Marcarla como si fuera mía, de mi propiedad, para todos los demás lo sepan. Por ello lleva el anillo, porque ella ya tiene un dueño, que soy yo.

Giro el pomo que da a la puerta del sótano, enciendo el interruptor de la luz, que enseguida nos ilumina el camino. Sin soltar a Darah ni un solo segundo, indico que baje ella primero, mientras yo cierro la puerta para que nadie nos interrumpa. Saco la llave de mi pantalón y la cierro, dejando la llave en la cerradura de la puerta.

Unas luces rojas que son las mismas que las de la sala de tortura, iluminan toda la estancia. Darah mira todos los objetos que hay a su alrededor. Una cruz de madera pintada de negro, la cual está pegada a la pared del sótano y cuenta con varias correas para la inmovilización. Una en cada punta de la cruz, para sujetar tobillos y muñecas, ah y una en el centro, para agarrar la cintura. En esa misma pared, al lado de la cruz hay varios objetos, como látigos, esposas y pinzas.

Desvío mi mirada hasta la cama, en el cual el cabecero cuenta con un par de esposas de cuero para sujetarla e inmovilizarla. Cuyas mantas son de color rojo, al igual que las luces que iluminan el lugar. El cabecero de la cama es de metal, pintado también de negro.

Unas largas cadenas de metal cuelgan del techo, sirven para sujetarla únicamente de muñecas con sus esposas, para azotarla desde un ángulo en el que ella esté de pie.

En el suelo veo un inmovilizador con arco, que básicamente consta de unas correas para atar tobillos y muñecas, a diferencia de la cruz, también sujeta el cuello y no se hace de pie, sino a cuatro patas. Un objeto similar es el cepo, que es más sencillo de usar. Inmovilización de cabeza y muñecas, la misma posición, pero en pie. Ella ligeramente inclinada hacia delante, inmovilizada de cabeza y muñecas, en la misma posición que el objeto anterior.

Y más cosas de menor importancia, Darah se queda viendo con detenimiento cada una de ellas, mientras tanto, yo enciendo unas velas que están al lado de la cama. Ella me observa en todo momento, sin quitarme el ojo de encima, mirándome con cierta curiosidad.

—Esto hace una semana eran tan solo... cajas —dice ella, con el ceño fruncido—. ¿Cómo... has montado todo esto en unos días?

—¿Qué crees que había en las cajas? —le pregunto con una ceja alzada.

—Oh, vaya —dice ella, sonrojada—. ¿Y qué vas a hacerme, amo?

Cada vez que me llama amo me dan ganas de estamparla contra una pared y follarla tan duro, con tal de no hacerla caminar por un día entero. Además, menciona esa palabra con lentitud y la recalca, haciéndola notar en medio de la frase. Sus labios se curvan en una sonrisa pícara mientras se va acercando a mí, desprendiéndose de su toalla, caminando hacia mí con su desnudez al completo. Su cuerpo es perfecto para mí, se ve tan frágil, tan débil... pero sé que ella no es así, para nada.

La psicopatía de Darek [+21] ✓ (Borrador 2021)Where stories live. Discover now