En el instituto repetí el mismo proceso y lo repetí tanto que en lugar de convencerme de que era un flojo, lo creí y comencé a comportarme como alguien desinteresado, como alguien que no le importaba ver una nota baja ni una tarea no entregada, estuve así por un gran rato y el sentimiento de inferioridad desaparecía poco a poco, pero todo comenzó a caer cuando mis demás compañeros hablaban sobre lo que iban a estudiar, cuando explicaban para qué son buenos, cuando tenían en claro sus metas y sueños, y yo, por otro lado, solo los escuchaba. Y comencé a sentir que no era suficiente de nuevo.

¿Cómo es que alguien que no sueña se iba a poner metas? ¿Cómo es que alguien que no sabe lo que quiere iba a decidir lo que hará por el resto de su vida? ¿Cómo es que alguien insuficiente será "lo suficiente" para ser alguien en la vida?

Jamás hablé de esto con nadie, ni siquiera con mamá que ya tenía muchos problemas como para que su hijo fuera una carga más. Solo me quedé callado mientras fingía que nada de eso me importaba y mientras asimilaba que lo mejor que podía hacer es ahogarme en silencio.

Toda mi vida he sido así. He sido de la clase de personas que prefieren callar y guardar todo lo que sienten porque no quieren ser una molestia, he sido de los que se conforman con la mínima muestra de cariño y no piden por más, he sido de los que encierran sus emociones por temor a ser heridos y he sido de los que no se atreven a soñar por miedo a fracasar.

Soy un cobarde.

Soy un tonto.

Soy insuficiente.

Lo peor de todo es que el sentimiento de inferioridad se hace cada vez más presente y que Edward apareciera en mi vida solo fue el golpe final para dejar que este intentara dominarme de nuevo. Edward fue el que hizo tambalear los ladrillos del muro que me protegía, el que me hizo dudar y el que me hizo exponerme al mundo real. Y me duele ver cómo todo lo que he construido para no salir lastimado se derrumba mientras yo me quedo ahí, mirando, sin saber qué hacer, sin atreverme a moverme para no ser aplastado, sin atreverme a dar un paso para recoger los ladrillos y construir todo de nuevo.

Sin atreverme a hacer algo.

Aprieto los puños en tanto suelto la confesión a Jean y en tanto dejo mi corazón y miedos al aire. No sé cómo debo estar, pero supongo que debo verme lo suficientemente vulnerable para que él decida romper el espacio entre los dos en un fuerte y caluroso abrazo. Mi pecho duele y mi corazón se estruja contra él, siento que mis mejillas están húmedas y no es hasta que llevo una de mis manos a ellas para darme cuenta que he soltado un par de lágrimas. No sé en qué momento he comenzado a llorar, pero no me gusta. Nunca me ha gustado llorar en la escuela, no me importa hacerlo por alguien más, sin embargo, si es por mí, lo detesto.

Detesto notar que estoy indefenso.

Detesto darme cuenta que estoy expuesto.

Detesto sentir.

Y me detesto a mí por eso.

Tomo aire un par de veces, calmando la marea de emociones que quieren arrastrarme al fondo. En mi cabeza cuento hasta diez para estar concentrado en algo y no echarme a llorar. Al terminar me siento un poco más tranquilo, sin embargo, la presión en el pecho me sigue recordando que he dejado que todo salga a flote.

«Estás expuesto» me digo, «estás expuesto y estás jodido».

—Tenemos clases —le recuerdo a Jean, tratando de aparentar que ya ha pasado, pero la voz temblorosa me delata por completo.

Hago el intento por separarme, no obstante, Jean se aferra a mí, impidiéndome alejarme.

—¿Y cuándo te han importado a ti las clases? —brama—. Si no te sientes bi...

Una perfecta confusión Место, где живут истории. Откройте их для себя