Vladimir Putin y el Tesoro de Baba Yaga 4

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Leonid es un perro rabioso. Sin más, sin peros, sin grises, sin disculpas ni miramientos; empezó como el tipo que barre y saca la basura;el que no habla con nadie, el que no tiene amigos. Es la persona que a fuerza de no hacerse notar se vuelve invisible primero y casi omnipresente después. Es aquel a quién no le importa que lo desprecies, pero nunca, nunca cometas el error de pensar que es estúpido

Leonid barría el local de la discoteca de Boris Muehler hace unos diez años, era también quién limpiaba los baños y aseaba la parte de atrás del negocio donde botaban a los clientes impertinentes. Leonid les quitaba todo lo que tuvieran de valor, lo guardaba en una bolsa y se los devolvía cuando regresaban. Así se forjo la reputación de hombre honrado; lo que ellos no sabían, es que él se quedaba con recibos, publicidad y papeles varios que luego clasificaba y categorizaba.

En una tabla debajo de su cama desplegaba los nombres de los clientes y las relaciones entre ellos, de esa manera pudo averiguar muchas cosas de estos, y luego los extorsionaba. Poco a poco fue construyendo una extraña red de influencias que operaba con una eficiencia increible. Como una araña en el centro, el solo estiraba los hilos para cobrar su presa; esa fue la época en que aparecieron los grafittis de la araña ajedrecista.

Con el paso de los años fue apoderándose de bienes inmuebles en los mejores sitios de la ciudad y sus suburbios. Compraba y vendía usando terceros y testaferros que muchas veces no sabían realmente a quién le trabajaban, pero no osaban traicionarle por el miedo que le tenían.


Igor y Vassily llevan dos horas buscando a la pulga, uno de los pequeños distribuidores de drogas de Leonid. A Igor el sueño lo ha vencido y duerme en el auto hasta que despierta con dolor en el cuello.

—Me voy. —Igor se masajea el cuello—. Nos vemos mañana.</div>

—¿Te vas?
No tengo tu resistencia.

Igor sale del auto. El frio de la noche le hace olvidar el dolor en el cuello más no asi el dolor de la traición de Piccarielo. Se siente mal por Vassily que se había ilusionado con la perpectiva de una ganancia monetaria tan grande, pero a fin de cuentas también entiende al ahora enigmático numismático; después de todo, si los dueños de las monedas son tan poderosos no es de sabios meterse en su camino.

No hay nadie más caminando por las calles e Igor no ha visto a ningún taxista. Se ha de conformar con que sus pies lo lleven a casa. "Quiero dormir" piensa Igor, y recuerda a su mentor en las labores detectivescas que le decía que ningún hombre dormido podía ser un buen detective ni un buen hombre. A esta hora le basta con un buen colchón que lo de ser un buen hombre, hacía tiempo que habia renunciado serlo.

Ser un buen hombre es muy complicado, y a la vez muy sencillo; es como esos cuentos zen o dichos de los padres de la Iglesia que son más que un acertijo, pero menos que un buen cuento. Ser un buen hombre implica haberse vencido a si mismo más que vencer a otros, pero en estos momentos el se conforma con una buena sopa y una buena cama.

¿Cuántos casos no ha resuelto en sueños? &nbsp;una vez la razón ha sido superada emerge la intucición haciendo las cosas lógicas y claras. La frase de como no pensé en eso retumba en los cerebros, y la razón empieza su labor de moler los hechos para entregarlos empaquetados a gusto del consumidor. Una buena sopa y un buen sueño le ayudarán a Igor a encontrar una forma de salir de este aprieto.

— ¿Pero que ...?

Un gato negro ha saltado de uno de los carros estacionados en la calle provocando la sorpresa de Igor.

Igor escucha una voz que le dice que agarre el gato y se quede con la bolsa que tiene en el collar. Trata de voltear, pero otra voz le advierte que mantenga sus ojos en el gato. Una luz roja brilla en el suelo haciendo las delicias del animal que instintivamente la persigue.

—¿Le teme a los gatos ?

—No. Le temo a las luces.

—En &nbsp;eso &nbsp;son mejores los animales. Algunos mueren por acercarse a la luz.

—No entiendo esas filosofías. —Igor se acerca al gato y desata la bolsa que tiene atada al collar— ya lo tengo.

La luz guia al gato que se pierde en la próxima esquina. Otras dos luces le apuntan a Igor que prudentemente no se mueve.

—No se levante. No voltee y no abra la bolsa hasta que desaparezcan las luces.

—¡No me quiero quemar!

—Ya veremos.

Igor espera como unos quince minutos a que se vayan las luces. Unos impertinentes borrachos lo encuentran agachado en plena calle y se burlan de él.

—¿Quieren burlarse de mi? —Igor ha sacado la pistola y amenaza a lo impertinentes— . ¿Quieren?

Los dos hombres que hasta hace unos minutos se tambaleaban por las calles, ahora corren bastante derechos. Igor los ve perderse en la noche y se le pasa el ataque de furia. Tenía tiempo sin sufrir esos episodios, pero está bien, ya que de haber sido hace unos años quién sabe que habría sido de ellos.

Recuerda la bolsita que le quitó al gato, la abre y se sorprende con su contenido: una foto de su amada esposa Ekaterina, una foto de la esposa de Vassily y otra de su novia.

Vladimir Putin y el Tesoro de Baba YagaWhere stories live. Discover now