~ 2: Mirsha ~

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La cirugía terminó bien, luego de casi diez horas. Las complicaciones que surgieron durante el procedimiento hicieron que tardara más de lo esperado, pero luego de que Emir soltara algunas palabrotas a los enfermeros y nos llamara a todos una sarta de inútiles —suavizando el término que utilizó—, terminó por corregirlas.

Se acercó a mí luego de que dejamos atrás el quirófano, después de que nos quitáramos los guantes y los uniformes quirúrgicos.

—Creo que me sobrepasé un poco contigo —comentó mientras abría su casillero, sacando sus zapatos, aunque no era una disculpa en realidad.

—¿Un poco? —repliqué—. Emir, casi me gritaste como si aún fuese tu alumno.

—Podría decirse que sigues siendo mi alumno —rebatió, encogiéndose de hombros mientras se dejaba caer con pesadez en una banca y se calzaba los zapatos.

—Claro que no. Y de no ser por mí no se te hubiese ocurrido hacer todo eso.

—Ah, claro, de no ser porque recordé ese error en tu último examen...

Reí por lo bajo.

Cuando Emir era mi maestro en la universidad, preparó un examen final en extremo complicado: confundí una enfermedad con otra y describí un plan de tratamiento que no correspondía, pero que justamente era el necesario para lo que acabábamos de ver en el quirófano.

Luego de leer mi respuesta, Emir, que solía hacer mucha burla a los errores de sus estudiantes, se carcajeó tanto que incluso llegué a temer que se orinara encima. Me acusó de haber matado a mi paciente imaginario y, para rematar el asunto, enrolló mi examen y medio un leve golpe en la cabeza con él.

—Aún no supero ese golpe, ¿sabes? —repliqué, fingiéndome indignado.

—¿Golpe? —cuestionó, luciendo desconcertado.

—¿No recuerdas que...? Bah, olvídalo —descarté, abriendo mi propio casillero para buscar mi sudadera.

—Lo que me sorprende es que con esa memoria que tienes te hayas equivocado en algo tan sencillo —tanteó.

—Sencillo para ti...

Cerré la puerta cuando él se levantó.

—En serio no tienes remedio —rio por despedida—. Te veo pasado mañana.

Justo cuando pasó a mi lado, me dio un leve golpe en la coronilla.

—¡Hey! —reclamé, pero él ya se había ido.

Puse los ojos en blanco y dejé que una sonrisa se instalara en mis labios antes de salir también de los vestidores.

—¡Doctor! —me llamó una voz alegre.

—Hola, Ricardo —devolví el saludo; era Ricardo Tostado, uno los enfermeros que habían estado presentes en la cirugía y que tenía solo unos meses de haberse graduado de la universidad.

—Se nota que le agradas al viejo vampiro —comentó con media sonrisa de burla, casi susurrando el apodo por el que todos en el hospital llamaban a Emir... aunque parecía ser que él era el único que no lo sabía.

Me encogí de hombros, sin dar una respuesta inmediata. Por alguna razón, Emir siempre solía aparecer un par de segundos después de que se mencionaba su apodo, provocando un incómodo silencio al que él siempre reaccionaba diciendo que nos impactábamos tanto con su presencia que nos quedábamos sin habla. Algunos decían entre bromas que decir ese apodo en voz alta era la forma de invocar al demonio.

—Bah, no es para tanto —dije una vez que estuve seguro de que Emir ya no estaba cerca—. Solo se pone... intenso, cuando algo no le gusta.

Intenso se queda corto —replicó mientras salíamos a los pasillos del hospital, en dirección al estacionamiento.

El día anterior había ofrecido llevar a Ricardo a su casa luego de la cirugía, ya que el doctor con quien compartía transporte había pedido un permiso.

El viejo Audi negro nos esperaba en el último piso de un estacionamiento subterráneo. Había conseguido ese auto de segunda mano poco antes de entrar a la universidad, pero no me arrepentía. Jamás, hasta ese día, me había dado ningún problema.





La circulación vial de Aguascalientes se divide en tres avenidas principales que dan la vuelta a la ciudad, conocidas como primero, segundo y tercer anillo. Todos los transportes pesados eran desviados por la avenida Siglo XXI, el tercer anillo, en un intento de agilizar el tráfico interno de la ciudad.

Era una avenida amplia, oscura en algunos tramos, en especial a esas horas de la noche. Aunque solía estar llena de camiones de carga, o grandes vehículos de transporte, algunas veces, como aquella, no se veían más luces de autos además de las mías.

Una vez que dejé a Ricardo a unos metros de la entrada del fraccionamiento donde vivía, el camino de regreso a casa fue bastante silencioso.

Lancé una mirada al reloj del tablero, que marcaba las tres y media de la mañana. Me sentía cansado y pronto el sueño comenzó a aparecer. Al darme cuenta de ello, me enderecé en mi asiento y traté de despejarme, observando al frente justo a tiempo.

Y juraría que no estaba antes ahí. Una mujer, de pie, justo en el centro de la carretera. Su cabello rojo brilló como fuego y sus ojos oscuros miraban dentro del auto.

Estaba demasiado cerca, tanto que supe que no lograría evitar el golpe. Aun así lo intenté: pisé el freno con fuerza e hice girar el volante. Aunque no iba a mucha velocidad, el tiempo que le tomó al auto detenerse por completo me pareció eterno.

Cerré los ojos al sentir que el auto daba media vuelta hasta que quedó inmóvil, mirando en dirección contraria. No había sentido ningún golpe, así que miré a todos lados, buscando a la mujer sin encontrarla.

¿Lo había soñado? ¿Me habría quedado dormido? Mi corazón daba tumbos acelerados mientras intentaba calmarme, sin lograr ver ninguna señal de la mujer.

Me quedé quieto por un par de largos segundos, sintiendo los acelerados latidos de mi corazón en los oídos, ensordeciendo todo lo demás. Mis ojos vagaron al reloj una vez más y, para mi sorpresa, marcaba las cuatro con diecisiete minutos.

¿En qué momento transcurrió tanto tiempo?

Me estoy volviendo loco.

Un sonido que no logré procesar del todo me hizo levantar la mirada. Demasiado tarde, procesé que seguía detenido justo en medio de la carretera, y que lo que escuché fue el chirrido de neumáticos contra el asfalto, aunados al sonido de un claxon.

Lo último que vi, justo antes de sentir el impacto, fueron un par de luces acercándose.

Cuentos de Arlan III: La CreadoraWhere stories live. Discover now