~ 3: Mirsha~

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La noche cayó, dejando que algunas luces solares se activaran e iluminaran el jardín.

El doctor Emir había asistido solo, pero él no era el único invitado. Algunos amigos de la universidad y compañeros del hospital llegaron también, junto con sus novias o esposas. Habíamos invitado también a un par de amigas de Selena. Una de ellas, una chica morena y muy alta, estaba casada con uno de mis compañeros de trabajo; otra, una chica de cabello teñido de rojo, llegó con su —como Selena lo llamó— novio de turno. Es muy agradable, pero tiene problemas para mantener relaciones serias; sus novios siempre son unos idiotas, pero al menos ella se da cuenta y los bota a la primera, había dicho Lena.

La pequeña reunión siguió hasta eso de las ocho de la noche y, aunque algunos nos mostrábamos renuentes a terminar ahí el asunto gracias al alcohol, poco a poco todos fueron retirándose. Emir fue uno de los últimos en irse, sin contar a Gabriel, que se quedó para ayudarnos a limpiar.

Él levantó los platos sucios y Lena se llevó la comida que había sobrado mientras yo me ocupaba de limpiar la mesa. Una vez que terminé, recogí todas las bolsas con basura y salí de la casa por una pequeña puerta que tenía el jardín, para llevarlas al contenedor que se encontraba al doblar la esquina.

Tiré la basura y di media vuelta para regresar a la casa. Di solo un par de pasos en dirección a la puerta cuando, de repente, me pareció ver un destello rojo en la oscuridad de la calle.

Por un momento pensé que Karina, la muchacha de cabello teñido, habría olvidado algo. Sin embargo, al minuto siguiente pude darme cuenta de que sus facciones no eran las mismas. Era una mujer pelirroja, de piel muy blanca y ojos cafés.

Me detuve sin saber qué hacer, puesto que ella tampoco se movió. Solo estaba ahí.

Un escalofrío me recorrió la espalda al tiempo que sentía que el aire se atoraba en mi pecho. Parecía como si de repente hubiese quedado atrapado en un hechizo que no lograba comprender, porque la mujer no hizo otra cosa que mirarme fijamente.

—¿Mirsha? —llamó Gabriel, saliendo de la casa por la puerta principal, logrando que la sensación se rompiera.

Mis ojos se desviaron hacia él por un momento, pero al mirar al frente de nuevo, la mujer no estaba.

—¿Está todo bien? —preguntó, sonando preocupado.

Miré una vez más hacia allá y, al ver que no había nadie en toda la calle, asentí.

—Sí, todo bien.





Gabe se quedó con nosotros un par de horas más una vez que terminamos de limpiar el jardín y volvimos a la casa. Lena ofreció a preparar café. Insistí en hacerlo yo, pero ella no se dejó convencer mientras nos sentábamos a la mesa de la cocina, hablando sobre otras fiestas que habíamos tenido.

—¿En qué año fue esa fiesta de máscaras? —se me salió decir al recordar a mi padre, rodeado de personas con máscaras. Él no llevaba una, alcancé a darme cuenta antes de que el recuerdo desapareciera, pero sí llevaba una corona en la cabeza.

Una fiesta de disfraces, me dije.

Los ojos de Gabriel viajaron hacia Selena por un segundo, antes de volver a mí.

—¿Hablas de la que organizaron en el hospital hace tres años? —preguntó, aunque sonaba como si esperara algo más.

Negué con la cabeza.

—No... antes. Mucho antes —murmuré—. Porque... recuerdo a mi padre ahí.

Era un recuerdo diferente. La imagen parecía demasiado vívida, demasiado real... mucho más incluso que otros recuerdos que tenía de él, así que me aferré a esa imagen. Aunque fuese solo un fragmento, era mucho más detallada que muchas otras cosas que aún podía recordar de antes del accidente.

Ya fuese por buena o mala suerte, me jactaba de tener la capacidad de recordar muchos detalles. Incluso Lena solía hacer burla de vez en cuando de mi memoria fotográfica. Sin embargo, por alguna razón parecía que muchos detalles de mi vida antes del accidente se habían borrado, o quedaban incompletos. Y ese recuerdo, esa efímera imagen de mi padre, era igual de clara y definida que un recuerdo reciente.

Es un recuerdo real. Tiene que serlo. No puede ser solo un sueño más...

Gabe abrió y cerró la boca un par de veces antes de negar con la cabeza.

—Tal vez no nos invitaste, grosero —dijo como un pobre intento de broma.

Me encogí de hombros y descarté la idea, aunque no pude evitar sentir que había algo escondido en ese gesto. Me aferré una vez más al recuerdo del rostro de mi padre y sonreí con un poco de nostalgia sin proponérmelo, extrañándolo con fuerza.

Su cabello dorado, cejas pobladas y su barba pulcramente recortada, escondiendo una sonrisa amable. Algunas marcas de expresión justo en el borde de sus ojos azules, como dos zafiros, que solo se volvían notorias debido a esa misma sonrisa.

Mantuve esa imagen en mi mente y me alegré de poder verlo una vez más, aunque solo fuese un recuerdo.

Pero era el primer recuerdo nítido que tenía de él en años.

Cuentos de Arlan III: La CreadoraWhere stories live. Discover now