~ 3: Matt ~

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Volví a mi departamento esa tarde, siendo recibido por Pulga, el golden retriever que llevaba viviendo conmigo ya desde hacía más o menos siete años. Observé el departamento a mi alrededor, iluminado por la luz de media tarde, y mis ojos fueron a pararse sobre la guitarra que tenía abandonada en un rincón de la sala.

Selena sabía que no tenía ningún concierto; yo mismo se lo había dicho tres días antes. Pero sí que tenía cosas por hacer esa tarde.

Cerré puertas, ventanas y cortinas, cuidando que nadie me observara mientras me llevaba una mano al cuello, sacando la llave de plata que me colgaba bajo la camisa. Repasé con ella el marco de una puerta cerrada para que, al abrirla, me diera acceso a ese otro mundo del que me había vuelto parte hacía ya mucho tiempo.

Fui a parar a una habitación que daba la impresión de llevar varios años sin usarse. No había ningún mueble en ella y, dada la época del año, el aire ahí era muy frío.

Hacía apenas dos semanas había pasado el baile en honor al cumpleaños veintiséis del príncipe Damien, y el frío propio de finales de año ya se había hecho sentir.

El invierno llegó temprano, pensé mientras salía a uno de los pasillos, encontrándome de frente con una ventana que daba a un patio. Desde ahí podía ver el cielo nublado que hacía que el día se tiñera de un triste color gris.

Fruncí el ceño, presintiendo lo que encontraría cuando llegara al estudio del rey.

Llamé a la puerta y un hombre elegantemente vestido abrió luego de que la voz del rey Darius murmurara algunas palabras. El hombre se retiró casi de inmediato dejándome a solas con el rey, que se encontraba sentado no frente a su escritorio, sino sobre el alféizar de una ventana, como si intentara absorber el poco calor que el sol de ese día pudiera ofrecerle.

Sus ojos azules bailaban detrás de unos lentes de media luna, pasando de un lado a otro del pergamino que sostenía entre sus manos.

Darius había cambiado bastante en los últimos años. Si bien su cabello seguía siendo rubio, había perdido ese brillo casi dorado que lo caracterizaba cuando las canas comenzaron a abrirse paso. Habían aparecido algunas arrugas nuevas en su rostro, alrededor de sus ojos, y aquellas que ya se habían formado durante aquel golpe de estado se hicieron más notorias. Sin embargo, el rey no lucía viejo. Solo mayor.

—Majestad —llamé, haciendo una ligera reverencia.

Darius alzó la vista, observándome sobre el marco de los lentes, y sonrió. Noté que sus ojos estaban enrojecidos, como si tuviese un fuerte dolor de cabeza.

—Pasa, Gabriel —pidió, haciendo un gesto con la mano para que me acercara.

Él mismo se puso de pie, haciendo una mueca cuando apoyó su peso sobre su pierna lastimada, y avanzó en dirección al escritorio. No pude reprimir una mueca; el clima frío como el de ese día hacía que el rey luciera mayor a lo que en realidad era. La pierna, en especial, solía molestarle bastante.

Darius pidió un segundo, alzando un dedo mientras se quitaba los lentes y doblaba el pergamino, dejándolo sobre una de las esquinas del escritorio.

Tamborileé con los dedos sobre la madera oscura, antes de darme cuenta de que el rey me observaba nuevamente con esos penetrantes ojos azul zafiro. Una mirada idéntica a la de su hijo mayor.

—¿Y bien? —quiso saber, con el inicio de una sonrisa—. ¿Cómo está?

Claro, primero lo primero, pensé sin poder evitar sonreír de lado, aunque el humor desapareció al pensar en la noticia que debía darle.

Cuentos de Arlan III: La Creadoraजहाँ कहानियाँ रहती हैं। अभी खोजें