15. Relámpagos.

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Al costado de la ruta tres patagónica, por un camino de tierra desnuda que llama la atención a los turistas, se encuentra entre el polvo la estancia «La tormenta».

Y la estancia existe porque en los planos de las municipalidades figura y porque algún viejo de más de ochenta se acuerda que está ahí.

No se sabe porqué la abandonaron sus dueños, pero no tenían familia a la que reclamarle explicaciones tampoco. Así que ahí sigue, se erige imponente a pesar de su decadencia y aunque algún vándalo ha reconocido haber ido a tirar piedras en sus ventanales coloridos, no hay pruebas contundentes, porque siempre se ve intacta.

Pero hay algo en lo que sí, todos los que han transitado esos densos kilómetros de nada misma, acuerdan rotundos:

—No hay que hacer ese tramo con mal clima —opinó el abuelo sentado en la cocina con el mate en la mano.

—¿Por qué? —dudó el oficial sentándose en una sillita modesta. 

—Ah, eso lo pueden decir los que buscan, pero no los que transitan —contestó el viejo y se encogió de hombros—. De vez en cuando se les escapa un turista que cree que puede sortear la tres en los temporales. Pero ahí se ve que la cosa se pone brava —opina y señala en la tele. El noticiero local avista que las huellas del coche se desvían de la ruta—. El problema es que el viento arrasa con todo. Por eso no se entiende cómo la estancia no perdió ni un tronco, cosa bárbara, ¿Vio? Bueno, vea, estos turistas, los pobres estúpidos, se creen más poderosos que la estepa patagónica, pero esta es la tierra del Puma, mi amigo, aquí usted no es más que un pobre cuí'. Así que van, los agarra la tormenta... y en el kilómetro 2.229 ven como única salvación la estancia. Señorial, imponente... adelante de los relámpagos que refucilan en la noche. Es como una invitación a pasar, pero la verdad, es que tiene hambre.

—¿Hambre? —preguntó el oficial tomándolo por un loco.

—Se los come la casa, mi amigo —contestó este y chupó la bombilla con tranquilidad—. ¿No encontraron el cementerio? Autos, motos... intactos, pero nunca un finado, porque la casa se los traga con huesos y todo.

El oficial rodó los ojos y agradeció al viejo el testimonio.

—Está pirado —opinó.

Y dentro de la casa, mientras otro policía rodea la propiedad intrigado, un hombre de unos treinta años ajusta una tuerca.

—¿Vos decís que ahora ande? —pregunta un chico de unos veinte.

—Estuvo a punto de abrirse el portal, ¡Te juro! Pero le cayó un rayo a la mierda esta —patea una caldera estrafalaria de la casa—, hay que aislarla más.

—¿Hola? —saluda otro hombre de unos cuarenta años.

—Uy, otro pelotudo que salió con la lluvia —bufa el de 20—. ¿Qué año es? 

—Eh... ¿2021? —duda el recién llegado.

—¡Pero la puta! —Se queja—. 1955 —señala a su compañero—, 1982, —se señala—, ¿Quién ganó la guerra?

—Inglaterra —anuncia más confundido el recién llegado.

—¡Pero la puta! ¡Arreglá esa mierda o vamos a estar acá hasta el 3000! —chilla.

¡¿Ya es Octubre de nuevo?! - Fictober 2021Where stories live. Discover now