4. Radiante.

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Markus no vuelve a confiar nunca más en desconocidos. Bueno, en realidad no está en condiciones de volver a confiar en nada ni en nadie.

Él se describió como: radiante.

Y Markus cayó antes de la tercera copa. La noche era calurosa y se prestaba para divertirse y en un bar subterráneo se llevó a cabo una fiesta de after office. Barra libre y música en vivo no era un mal plan.

Pero en cuanto Markus entró y se encontró en el bar al muchacho de cabello castaño ensortijado cayendo sobre los lados de la frente y los ojos verdes como esmeraldas al sol clavados en él, se peinó su flequillo negro para atrás utilizando su táctica de mirada seductora y le dijo:

—No te conozco.

—Puedes empezar ahora —contestó el dueño de las joyas en los ojos y se sonrió de lado.

Le gustaban los rebeldes que se creían mucho. Le encantaba apretujarlos y colgársele de las caderas en cualquier pared a lo oscuro que hubiera cerca, hasta tener que morderse los dedos para no alertar a los vecinos con los alaridos de sus orgasmos.

E intercambiaron pocas palabras.

—¿Por qué radiante? —Quiso saber Markus.

—Alguien una vez me lo dijo y me gustó... —respondió el desconocido.

Y cuando salieron de ese bar, se empezaron a besar en un callejón y Markus sintió levemente el olor a humo que emanaba de su ropa, pero llevado por el deseo lo tomó por un fumador compulsivo de alguna hierba asquerosa. Porque era el chico malo y no podía fumar cigarrillos normales, por supuesto.

Y al punto de llegar al orgasmo en su apartamento oscuro, miró que las gemas en sus ojos resaltaban en la noche.

Él se describió como radiante. Y no le importó, porque el placer era más fuerte.

Pero cuando media hora después Markus visitó el hospital con abundante sangrado nasal, los médicos intentaron sacarle con un interrogatorio exhaustivo que había entrado en la pata de elefante de Chernóbil. Y él solo dijo que se había visto con un desconocido antes de desvanecerse, pero nadie se supo explicar porqué tenía esos niveles de radiación en el cuerpo.

El identikit siguió colgado en la estación de la ciudad hasta que se tapó de papeles más importantes, y hasta que a Markus se le cayó entera la piel.

Y cuando lo enterraron en un ataúd de plomo, sin afán de acercarse, el sepulturero reportó la inusual visita de un hombre de cabello ensortijado.

—Es curioso, no lo he visto desde que sepultaron al de la tumba de al lado —dijo a la policía.

Y el muchacho, parado frente a la tumba de Markus, comparó la de su vecino y dijo:

—¿Por qué todos los que me gustan mueren? 

Y no se dio cuenta cuando se desvaneció en lugar de salir caminando de allí.

¡¿Ya es Octubre de nuevo?! - Fictober 2021Where stories live. Discover now