3. Falda.

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Eliza quería una falda. Azul brillante con lentejuelas redondas y grandes.

Pero su madre cuando la vio por primera vez en la vidriera de la tienda, le dijo que no podía comprarla.

Y se la llevó de allí aunque esa falda quedó grabada en sus ojos.

Y cuando llegó a la casa, tomó una camiseta elástica azul y la pasó por entre sus piernas. Estaba ajustada, y las mangas que colgaban a un lado la hacían lucir como un pingüino, pero así y todo se posicionó frente al espejo.

«Su danza la llevará a las estrellas, con ustedes: ¡Eliza!» anunció y giró hasta que pisándose una manga cayó al costado de la cama.

Y su madre, que entró por el estruendo, chilló quitándole la camiseta y la vistió con sus pantalones otra vez.

—¡Ya deja eso! ¡Me mortificas, me matarás de un infarto! —chilló.

Y ella no lloró. Pero se llenó de vergüenza.

Eliza quería una falda. Azul brillante con lentejuelas redondas y grandes.

Pero su maestra, cuando propuso ser la bailarina del acto escolar, le dijo que no podía darle el papel.

Y se llevó de allí la planilla con su nombre y su petición a la dirección.

Y en educación física, tomó la pechera naranja de voley y se la enroscó en la cadera. No era azul, tenía agujeros para los brazos, pero la hizo lucir cuando le dieron el aro de hula. 

«Sus dotes le darán la medalla olímpica, con ustedes: ¡Eliza!».

Y los directivos, cuando subió a recibir el premio de atletismo estatal, llamaron otro nombre. Así que Eliza no subió, y guardó la pechera en un baúl.

Eliza quería una falda. Azul brillante con lentejuelas redondas y grandes.

Y su mejor amiga le compró una. No era la misma, era más grande. Su cuerpo se había desarrollado, los años habían anidado en sus caderas. Y bailaba y patinaba en el hielo como si volara.

«La superación la ha traído hasta aquí, con ustedes: ¡Eliza!»

Y los jueces del concurso le pusieron alto puntaje. Y cuando obtuvo la medalla, se paró frente a la tumba de su madre y sin reparo dejó la falda azul luego de danzar frente a ella, porque ya no había quien le dijera que no podía hacerlo y los fantasmas no podían ir más allá de sus tumbas de mármol. Y a su escuela donó la medalla a su nombre, siendo exhibida en el pasillo central con las fotografías viejas de maestros que desconocían el nombre de Eliza, pero en realidad la conocían bien.

Y se fue y siguio danzando y patinando por el mundo, con la frente alta y llena de amigas, porque lo que menos quería Eliza en verdad, era una falda.

¡¿Ya es Octubre de nuevo?! - Fictober 2021Donde viven las historias. Descúbrelo ahora