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Llegaba tarde. Pasaban diez minutos de la hora acordada y aún me quedaban unos metros por recorrer, así que aceleré el paso todo lo que el viento en contra me permitió. Al llegar al lugar le vi sentado en un banco, con la cabeza gacha y una capucha negra que le cubría la cabeza. Me senté a su lado y comenzó a hablar antes de poder preguntarle por qué me había citado en aquel sitio. – Siempre serás la mujer de mi vida, pero ahora necesito seguir viviendo – Susurró, más para él que para mí. Intenté tocarle en el mismo momento en que se agachó para depositar un ramo de rosas junto a una lápida, en la cual pude leer mi nombre escrito. En ese momento, recordé el día en que no solo desaparecí para él

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