I.

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Despertar en la madrugada es algo que a todos nos ha pasado. Escuchar el sonido de la lluvia golpeando las ventanas mientras una atmósfera sombría lo invade todo.
Esta lluviosa noche en particular se siente cálida pese a la tormenta. Al levantarme puedo contemplar a través del gran ventanal que hay delante de mí el océano de luces, distorsionado por las gotas que se deslizan sobre el cristal. Y por muy basto e inmenso que se vea, es realmente diminuto.

Esta ciudad, caótica, desordenada, ruidosa y en ocasiones mágica, es el escenario de mis más increíbles anécdotas, pero también de mis más dolorosas experiencias.

Al asomarse el amanecer las siluetas se esclarecen. Reconozco todos los edificios de la zona, me sé bien sus nombres y ubicaciones. Por mi mente se manifiestan multitud de recuerdos de todo lo alguna vez vivido. Puedo ver aquel lugar al que solía fugarme en mis años escolares, paseando en un oscuro y vacío centro comercial que hace años albergaba esas recónditas tiendas a las que yo iba emocionada después de clase para comprar todo tipo de cachibaches que en su momento me hacían feliz, y que hoy, reposan empolvados en alguna caja olvidada en el depósito.

Parece increíble, ¿no?
Han pasado tantas cosas desde entonces, he crecido y cambiado en tantos aspectos sin si quiera darme cuenta de en que momento el mundo a mi alrededor envejecía.

Me cuestiono si en aquellos años, era esto lo que yo deseaba, pues veo al frente de mí un camino largo pero aterrador, cubierto de niebla espesa que me impide ver hacia donde me llevarán mis próximos pasos, la incertidumbre es demasiado grande, pero el agobio de este rutinario paisaje lo es todavía más.

Siento que cada mañana, todo a mí alrededor se hace más y más pequeño, llegará un punto en el que ya no voy a caber...

Han pasado tantas personas por esta ruta, haciéndome compañia en infinidad de momentos, y hoy... Ninguno de ellos forma parte del camino, avanzo sola hacia un futuro incierto, pero creo que es mejor así...
Después de todo, disfruto mucho mi propia compañía.

Para el mediodía, un pálido sol resplandece en medio de la inmensidad celeste, iluminando por completo aquella maravillosa ciudad de altos edificios e infinitas casas de ladrillo expuesto. El astro en el cielo únicamente nos acompaña con su luz, puesto que la ausencia de su calor es más que evidente. El gélido viento de los nevados aledaños a la metrópoli roza a diario nuestra piel.

He decidido salir hoy sin ningún destino en particular, consciente de que este no es un día cualquiera. Estamos a mediados de Julio, y sabemos bien lo que eso significa. El ambiente festivo se sintió desde temprano, cuando oí las innumerables bandas tocar alegres melodías a la distancia. Era divertido pasear por la zona, entre las multitudes y los desfiles, pero bien sabía yo que la verdadera acción estaría ocurriendo en el centro, y con las calles cerradas y aglomeradas, sería complicado llegar ahí. No valía la pena intentar tomar el transporte público, al menos no el transporte que va sobre ruedas, afortunadamente aquí tenemos otras opciones, y no es ir bajo tierra, al contrario, es lo más parecido a volar.

Caía la tarde, y la brisa refrescaba todavía más. Al llegar a la estación más cercana subí a una cabina en la que se encontraba sola una mujer de mediana edad. Era una dama de cabello teñido de rubio cuyos rizos caían sobre su pecho. Saludé con amabilidad a mi compañera de cabina sin obtener respuesta alguna de su parte, a excepción de una mirada incómoda y casi despectiva. Me senté frente a ella, en la banca opuesta. La mujer optó por no despegar la vista de su teléfono celular, mientras yo me dispuse a admirar la belleza del paisaje que se hizo visible en cuanto la cabina del teleférico abandonó la estación para deslizarse con ligereza en los cables de acero trenzado.

Este era sin dudas mi medio de transporte favorito, ya que a diferencia de los apretados buses, el teleférico no se veía nunca detenido por el abrumador y salvaje tráfico, además de ofrecer una vista magnífica de la ciudad, dando la placentera sensación de poder volar por encima de esta.

Al llegar a mi destino, esperé un par de segundos a que la otra pasajera saliera primero, luego salí yo, mientras la cabina se mantenía en lento movimiento. Nada más bajar del transporte, me percaté del bullicio y el ambiente cargado de alegría que se sentía en las calles aledañas. Bajé las escaleras fuera de la estación y corrí subiendo las calles entre la multitud de diversos vendedores informales y los improvisados puestos de comida callejera.

Me detuve un instante cuando ví delante mío dos enormes escenarios montados en plena avenida, llenos de coloridas luces, y donde músicos y DJ's se preparaban para una noche de espectáculo.

El vaivén de mis lacias coletas que danzaban con la brisa altiplánica acariciando mi espalda me producía una agradable sensación, mientras esa misma ventisca transportaba hacia mí el exquisito aroma de la carne de corazón de res que a mí tanto me gustaba.

Una sonrisa de emoción y picardía se dibujó en mis labios. Les obsequiaría a todos una noche de fiesta que jamás olvidarían.

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