—¿No tienes hambre? —le preguntó mientras ella le daba un sorbo a su excelente Chardonnay.

Anahí se enfrentó a su mirada con tranquilidad.

—No mucho —respondió mientras su estómago parecía dar saltos mortales, y esos movimientos no eran los más apropiados para una buena digestión.

Le dolía que todavía pudiera causarle ese efecto. Y lo que era peor, que con una sola mirada, su pulso se le aceleraba.

¿Lo notaría él? Esperaba que no. Había pasado la vida entera aprendiendo a enmascarar sus sentimientos. A sonreír y a pretender que era inmune a los comentarios ácidos que sus dos madrastras y sus dos hermanastros le habían dedicado a la menor oportunidad.

No le resultaba difícil adoptar una fachada; lo hacía cada día de su vida.

Profesionalmente. Emocionalmente.

—Acabemos con esto, ¿vale?

—¿Por qué no te acabas la comida primero? —sugirió él con voz aterciopelada. Anahí tomó algo con el tenedor, pero luego lo dejó sobre el plato.

—He perdido el apetito.

—¿Quieres más vino?

—No, gracias —respondió cortés. Era esencial que estuviera completamente lúcida.

¿Por qué tenía que ser el tan masculino? Lo estaba viendo saborear la comida como saboreaba a las mujeres. Con cuidado, disfrutando, con satisfacción.

Había algo increíblemente sensual en el movimiento de sus manos y solo tenía que mirarle a la boca para imaginar qué sentiría al tenerla sobre la suya. Él sabía cómo volver a una mujer loca.

«Céntrate», se amonestó en silencio. «Esto no va por ti, ni por Alfonso; se trata de los derechos sobre Puente».

—Tenemos que decidir en qué casa vamos a vivir —comenzó ella con firmeza. Él pinchó un suculento trozo de pescado.

—Por supuesto, tú preferirías tu piso. No podía ser tan fácil.

—Sí.

Alfonso la escudriñó con la mirada.

—La casa de Point Piper es más grande. Sería más conveniente que tú te trasladaras allí.

La sorprendía que todavía no hubiera vendido la mansión que habían ocupado durante los breves meses que duró su matrimonio. Una obra de arquitectura construida sobre una ladera de roca que consistía en tres niveles con terrazas y jardines ornamentales, una piscina y unas magníficas vistas del puerto.

También tenía demasiados recuerdos.

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