Caricia

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Los supermercados deberían estar tallados en piedra. Durante los momentos en los que la vida corre demasiado rápido me gusta ir a comprar. Entro por el pasillo de droguería desde el que se ven las neveras. Bebidas en la primera, postres en la segunda y embutido en la tercera. Después sigo recto hasta la frutería, cojo un par de manzanas que no voy a comprar pero parezco súper interesante mientras las miro. Me salto la carnicería. Frutos secos y bollería, ahí paso más tiempo del que admito. O eso hacía antes de que movieran todo el puto sitio.

Ahí antes había una pared. El horno con el pan y tartas ya no está, han puesto la charcutería por la que no quiero pasar pero ahora no me queda otra. ¿Dónde están mis cereales? Había venido a hacer el camino de siempre para comprar los cereales de siempre y comérmelos viendo algún programa mierda. Como hago siempre.

—Laura, ¿y la leche?

—Eh... —La cajera, que lleva siete años trabajando aquí, da vueltas pensativa intentando ubicarse. Van a perder a una clienta. Y la cabeza como no se acostumbren pronto. —Y yo qué sé. Niña, camina un rato que es bueno para la salud. Vamos, aprieta el culo.

Ella, servicial y cariñosa. Hago caso porque no puedo hacer otra cosa. Me imagino los estantes anteriores, me choco contra una mesa que antes no estaba ahí: pasta de dientes en oferta. Genial. Cojo un paquete y lo dejo en su lugar de verdad, Laura se preocupará de eso por mí. A lo mejor sí que no me gustan los cambios. Por lo menos este no me hace gracia; me estoy perdiendo por fuera y por dentro.

Cereales. Ahí están, cajas de cereales. A lo lejos, un símbolo de victoria en mi batalla contra el consumismo. Quiero comprar dos por si acaso, pero queda una. Ni un respiro me deja este sitio. Luego le preguntaré a Laura cuándo reponen. Por hoy he descubierto que el viaje del héroe es una mierda. Hora de volver a la ciénaga.

Me abalanzo, saboreando el trigo y el cacao, pero sólo rozo la piel tierna de una mano que se ha adelantado. ¿Debería romperle el dedo? Vale me estoy pasando. Pero es que no los suelta. Yo tampoco así que bajamos las manos, unidas por el amor al gluten. Miro la bolsa y nuestros dedos entrelazados, si tiro fuerte y corro puedo ganar, ya pagaré otro día. El único obstáculo ante mi meta (una tarde de llorera) sonríe como si nada.

Sonríe como si nada, y dice:

—¿Compartimos? 

Softober 2021Where stories live. Discover now