- capítulo trece

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Hacía una mañana agradable. La brisa cepillaba la media coleta de Isabel, mientras se dirigía a la casa Blythe.

Quería ver a Gilbert antes de que fuera a Charlottetown.
Sabía que tenía que rendir un examen, no recordaba los detalles exactamente, pero podía asegurar que era importante, pues Gilbert había estado muy pendiente a ello la última semana.

Sentía la maleza larga acariciar las costuras finales de su vestido mientras caminaba. Si había una cosa que nunca cambiaría en Avonlea, eso sería lo noble de sus campos.
Allí crecía libre cada árbol, flor, fruto y, por supuesto, maleza larga y verde. ¿Cómo pudo estar tanto tiempo lejos de eso?

Desde que había llegado, poco a poco, sus ropas le parecían más absurdas y refinadas, incómodas e imposibles. Cada vez que podía, iba hasta el patio trasero de su casa, donde comenzaba una vieja bodega, llena de cachivaches y objetos perdidos en el tiempo.
Ahí, ella había encontrado un tesoro.

Junto a una esquina, su madre guardaba mezclas de ropa de toda la familia, en grandes baúles que contenían todo doblado y limpio, como por supuesto, la señora Pye había dejado.
Entre pantalones de sus tíos, vestidos de sus primas, y camisones de su abuela, trataba de buscar las piezas que menos arreglos debía hacerle.
Su ropa emperifollada había pasado a segundo plano luego de su gran descubrimiento.

Ahora, cada que su madre la veía y ella iba usando ropa heredada (con ciertas pinzas que a duras penas Isabel les hacía) tenía el presentimiento que ya había visto a alguien llevándola.

Por supuesto, Bel era una chiquilla astuta.
Los vestidos los usaba diariamente, en presencia de sus padres y cuando debía ir a la escuela.

Pero, a penas tenía oportunidad, llevaba unos viejos pantalones de su primo Thomas en el bolso, quién parecía ser el más pequeño de la familia, pues su ropa le quedaba a la perfección.

Aquella mañana, se había puesto uno de sus vestidos antiguos, no porque fuera su primera elección, si no porque llevaba una loca idea en la cabeza, y no esperaba para poder mostrársela a Gilbert.

Llegó rápidamente a tocar la puerta de la casa, el sol pegaba de costado, por lo que todo estaba teñido de una cálida luz amarillenta.

La puerta se abrió y lo primero que sus ojos vieron fue a la pequeña Delphine recostada en su cuna en la cocina.
Bash la saludaba con una sonrisa al otro lado de la puerta.

—¡Isabel, que bueno verla! — Ella le sonrió agradecida por su amabilidad tan temprana y cálida, y se adentró a la casa.

—Bash, veo que estás acompañado de esta hermosura...— Se acercó rápidamente donde Delphine para sostenerla en sus brazos, con una sonrisa tranquila en su rostro, mientras le hacía mimos a la bebé —¿Quién es la más preciosa de toda Avonlea, eh? Delphine... verás que la vida te tiene preparado algo maravilloso con esa nobleza en tus ojitos...—

Bash miraba la escena con los ojos cristalizados.
Solo él sabía todo lo que tuvo que pasar para encontrar un lugar tranquilo, donde la gente lo quería y era tan buena con él y su ahora pequeña familia.

Isabel frotaba su nariz junto con la de Delphine, la bebé sonreía y parecía disfrutar de la compañía de la rubia.
—Supongo que se quedará para el almuerzo, Bel.—
Bash habló mientras se acercaba a ella.

Isabel dejó cuidadosamente a Delphine en su silla.
—Estaría encantada, Bash. Pero primero quiero ver un momento a Gilbert, sabes que me distraigo fácil con Delphine, casi olvido quien más vive aquí.

Lo último lo soltó junto a una pequeña risa, mientras acomodaba uno de sus cabellos en su oreja, no se había percatado de otra presencia en la sala.

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⏰ Última actualización: Jan 09, 2023 ⏰

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 isabel pye | ᵃⁿⁿᵉ ʷⁱᵗʰ ᵃⁿ ᵉ Donde viven las historias. Descúbrelo ahora